La alegría – IV Domingo de Cuaresma

Cielo y alegría tienen sin duda mucho que ver entre sí. Y si en el II Domingo de Cuaresma la Iglesia quería dar sentido al sacrificio recordando que nos espera el Cielo, ahora de nuevo nos insiste en que el sufrimiento no debe provocarnos tristeza, sino que debemos dejarnos llenar por una alegría que, efectivamente, solo es plena tras la Resurrección.

Lecturas del IV Domingo de Cuaresma, llamado Laetare (alegráos, lo cual nos haría confundirlo con el III de Adviento, llamado gaudete, que sí hace referencia estricta a esa expresión usada por san Pablo: por eso se prefiere llamar a este domingo de la alegría).

El primer punto claro es que la Iglesia quiere animarnos y evitar el pesimismo. Pero sin negar la realidad del sufrimiento: más bien, dándole sentido. Si en el II Domingo nos recordaba el Cielo para que no pensemos que nuestro sufrimiento es en vano -pero insistía en que el sacrificio es necesario- hoy lo hace desde una perspectiva que parece inversa: nos recuerda el pecado como causa del sufrimiento, pero afirma que Dios siempre está ahí para poner límite al mal y que será Él quien sufra para salvarnos.

Así la lectura del Segundo Libro de las Crónicas nos recuerda que por el pecado de los hombres vino el destierro, pero que no hay mal que cien años dure: el destierro duró lo mismo que la Unión Soviética (con perdón por la comparación, aunque no es tontería): 70 años. El salmo pone una paradójica nota de alegría en medio del sufrimiento, pues si bien se pregunta cómo cantar en medio de él, responde que precisamente poniendo la esperanza en Dios: que se me pegue la lengua al paladar si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías.

San Pablo en la cita de Efesios insiste en recordarnos que no nos salvamos por nuestras fuerzas, por tanto tampoco por el mero sufrimiento, sino por pura gracia: pecamos mucho, pero Dios amó más, tanto amó Dios al mundo.

Y la realización de ese amor en el sacrificio de la Cruz, predicho a Jesús en su comparación con la serpiente de bronce (Juan 3, 14-21).

Comentario: Queremos un mundo sin sufrimiento, como nostalgia del paraíso, y en efecto esa fue la primera opción de Dios: elige entre la vida o la muerte. Fue el hombre, y no Dios, quien eligió la muerte, pero siempre nos queda la rebelión porque no fue ninguno de nosotros quien eligió nuestro estado actual. Lo que Dios nos revela es que no somos ciudadanos de segunda clase, que su plan B no es un parche, sino que Él mejora siempre sus ofertas, y si inicialmente la opción de evitar el sufrimiento fue la elegida por Dios, una vez que los hombres hemos elegido el camino de la concupiscencia, Él ha hecho que esa situación sea preferible porque contamos con su presencia y su ayuda salvadora. Así que la alegría siempre debe triunfar.

Y si comprendemos esto, comprenderemos que los santos estén alegres en medio de su sufrimiento, como es el reciente caso de la niña Teresita Castillo, la niña misionera de 10 años fallecida el 7 de marzo de 2021:

Y puesto que Teresita era devota de santa Perpetua (y murió en el día de su fiesta), podemos preguntarnos qué semejanzas encontramos entre ellas dos (también podríamos compararla con santa Teresita de Lisieux…).

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