Dones y virtudes

Los dones del Espíritu Santo y las virtudes sobrenaturales y cardinales

¿Alguna vez han pensado que existe una correlación entre los siete dones del Espíritu Santo y las siete virtudes principales, entendiendo por tales a las cuatro virtudes humanas llamadas cardinales y a las tres sobrenaturales, que son la fe, la esperanza y la caridad? Hola, soy Santiago Mata, les saludo desde el canal Centroeuropa y yo, que también me había hecho esa pregunta, puedo responderles en primer lugar que son muchos los cristianos que se han preguntado por esa correlación entre dones y virtudes; y que, posiblemente esa relación es auténtica. Así que en primer lugar les diré con qué virtud se relaciona a cada uno de los siete dones del Espíritu Santo y después, si tienen paciencia para seguir la explicación, indagaré un poco en cómo se ha llegado a ver esta relación entre dones y virtudes.


El primer don del Espíritu Santo es el de Sabiduría y se relaciona con la tercera y principal virtud sobrenatural, la caridad, ya que el don de sabiduría nos ayuda a amar a Dios y a nuestros prójimos con un amor divino.

El segundo don del Espíritu Santo, el de Entendimiento, se asocia con la primera virtud sobrenatural, la fe, ya que el don de entendimiento nos ayuda a comprender mejor los misterios de la fe y a creer en ellos firmemente.

El tercer don del Espíritu Santo, don de Consejo, se relaciona con la segunda virtud sobrenatural, la de la esperanza, ya que el don de consejo nos ayuda a confiar en Dios y a buscar su voluntad en nuestras vidas.

El cuarto don del Espíritu Santo, don de Fortaleza, se asocia con la virtud cardinal del mismo nombre, ya que el don de fortaleza nos fortalece para resistir las tentaciones, superar dificultades y perseverar en la vida cristiana.

El quinto don del Espíritu Santo, don de Ciencia, se relaciona con la virtud cardinal de la prudencia, porque el don de ciencia nos permite discernir adecuadamente la realidad y tomar decisiones prudentes basadas en ese conocimiento.

El sexto don del Espíritu Santo, don de Piedad, se relaciona con la virtud de la religión, que por referirse a nuestra relación con Dios es parte de la justicia y se refiere a esta virtud cardinal, ya que el don de piedad nos ayuda a tener un amor filial y una actitud de reverencia hacia Dios, así como a cumplir con nuestras obligaciones religiosas.

El séptimo y último don del Espíritu Santo, el de Temor de Dios, se asocia con la virtud cardinal de la templanza, ya que el don de temor de Dios nos ayuda a evitar el pecado, a respetar a Dios y a vivir una vida equilibrada y moderada.

Y, ahora que he apuntado a qué virtud perfecciona cada uno de los siete dones del Espíritu Santo, trataré de mencionar las fuentes que explican esta relación. En la descripción de este vídeo les dejo el link a un artículo sobre Juan Gerson, que fue canciller de la Universidad de París a fines del siglo XIV.

Según este artículo de Edmond Vansteenberghe publicado en 1934, sería san Buenaventura, en el capítulo 5 de su Breviloquium, libro escrito en 1257, quien hizo este paralelismo entre las virtudes y los dones del Espíritu Santo.

Conforme a la imagen que pueden ver, san Buenaventura establece una relación no solo entre los dones con las virtudes, sino también con vicios que les son contrarios -se entiende que para contrarrestarlos- y con las siete bienaventuranzas. Según eso, el don de Sabiduría se relaciona, además de con la virtud de la caridad, con el vicio contrario de la lujuria y con la bienaventuranza de la paz. El don de entendimiento se relaciona con la fe, pero también con el vicio de la gula y la bienaventuranza de la pureza de corazón; el don de consejo se relaciona, además de con la virtud de la esperanza, con el vicio de la avaricia y con la bienaventuranza de la misericordia; el don de ciencia se relaciona con la virtud de la prudencia, pero también con el vicio de la ira y la bienaventuranza de la compunción; el don de piedad se relaciona con la virtud de la justicia, pero también con el vicio de la envidia y la bienaventuranza de la dulzura; el don de fortaleza se relaciona con la virtud del mismo nombre, con el vicio de la pereza y la bienaventuranza de la sed de justicia; y por último el don de temor se relaciona con la virtud de la templanza, el vicio de la soberbia y la bienaventuranza de la pobreza de espíritu.

Siempre según el citado artículo de Edmond Vansteenberghe, las primeras comparaciones entre dones del Espíritu Santo y virtudes proceden de San Agustín, quien, en realidad, los habría relacionado con las peticiones del Padrenuestro y con las bienaventuranzas. Al igual que san Buenaventura, san Agustín habría relacionado el don de Sabiduría con la bienaventuranza de la paz, asociando esta con la última petición del Padrenuestro (líbranos del mal); el don de entendimiento también lo asoció a la bienaventuranza de la pureza, a la vez que a la petición de “no nos dejes caer en la tentación”; el don de consejo también aparece asociado a la bienaventuranza de la misericordia, y además a la petición del perdón de nuestros pecados; el don de ciencia también se relaciona con la bienaventuranza de los que lloran, y se asocia a la petición “hágase tu voluntad”; el don de piedad igualmente se relaciona con la bienaventuranza de la mansedumbre, asociándolo a la petición “venga a nosotros tu reino”; el don de fortaleza también va asociado a la sed de justicia, y además a la petición del pan de cada día; y por último el don de temor se corresponde igualmente con la bienaventuranza de la pobreza, a la que san Agustín añade relación con la primera petición del Padrenuestro: santificado sea tu nombre.

Avanzando en el tiempo según el artículo de Edmond Vansteenberghe, la siguiente correlación entre dones del Espíritu Santo y virtudes fue presentada en el siglo XII por Hugo de San Víctor en su obra De Sacramentis, escrita hacia 1125. Como puede verse, este solo incluye entre las virtudes a una de las siete sobrenaturales o cardinales, que es la justicia, y no la asocia al don de piedad, sino al de fortaleza. La lista de vicios de Hugo de San Víctor sí podría ser comparada con la que un siglo después presentaría san Buenaventura, y efectivamente ambos señalan como vicio contrario al don de sabiduría el de la lujuria. Como vicio contrario al entendimiento ambos presentan la gula; como vicio contrario al don de consejo, ambos señalan la avaricia; como vicio contrario al don de ciencia señalan la ira; como vicio contrario al don de piedad señalan la envidia; contra el don de fortaleza ambos sitúan el vicio de la pereza, y finalmente contra el don de temor ambos señalan el vicio de la soberbia.

Al comparar las relaciones que Hugo de San Víctor establece entre dones del Espíritu Santo y peticiones del Padrenuestro, con las que hizo San Agustín, vemos que son exactamente las mismas.

El siguiente personaje que, según Edmond Vansteenberghe, relacionó los dones del Espíritu Santo con las virtudes fue Hugo de Amiens, quien casi en la misma fecha que el anterior, hacia 1125, habría escrito la obra De Fide Catholica. Este, al igual que San Agustín, no relaciona los dones con virtudes ni vicios, sino solo con las bienaventuranzas y las peticiones del Padrenuestro. El de Amiens, a diferencia del de Hipona, relaciona el don de sabiduría con la bienaventuranza de la paz, pero no con la última petición del Padrenuestro, líbranos del mal, sino con la primera: santificado sea tu nombre. Lo mismo pasa con el don de entendimiento, que relaciona con la bienaventuranza de la pureza, pero con la petición de “venga tu reino”. El don de consejo se asocia a la bienaventuranza de la misericordia, pero no a la petición de perdón, sino a la de “hágase tu voluntad”, permutándola, por así decirlo, con la del don de ciencia, que se asocia también al llorar; la piedad también coincide con san Agustín en la bienaventuranza de la mansedumbre, pero discrepa al asociarle la petición de “no nos dejes caer en la tentación”; en el don de fortaleza sí coinciden ambos autores al asociarlo a la bienaventuranza de la sed de justicia y la petición del pan cotidiano; y por último Hugo de Amiens asocia como san Agustín el don de temor a la bienaventuranza de la pobreza, pero en cambio le asigna la petición final de “líbranos del mal”.

La siguiente obra citada por Edmond Vansteenberghe es el libro De Septem Septenis, escrito hacia 1159 y atribuido a Juan de Salisbury. Ninguna de las virtudes con las que este autor relaciona los dones del Espíritu Santo se corresponde exactamente con las siete sobrenaturales o cardinales, y sin embargo hace también una correlación de vicios que sí podemos comparar con los que un siglo más tarde presentará san Buenaventura, siendo la correspondencia exacta, al igual que sucedía con el primer autor que se había referido, décadas antes a los vicios, es decir, Hugo de San Víctor.

A continuación, menciona Edmond Vansteenberghe la relación entre dones del Espíritu Santo y virtudes expuesta por San Buenaventura, que ya conocemos, y finalmente el esquema de Juan Gerson, expuesto en una carta a sus hermanas, fechada en torno al año 1400.

No establece Gerson relación entre dones del Espíritu Santo y virtudes, pero sí con los vicios y con las peticiones del Padrenuestro, además de con las bienaventuranzas y las devociones. En comparación con San Buenaventura, Gerson mantiene para el don de Sabiduría la relación con la bienaventuranza de la paz, pero no señala como su vicio contrario a la lujuria, sino a la gula, permutándolo por tanto con el don de Entendimiento, al que también asigna la bienaventuranza de la pureza de corazón, siendo iguales las correspondencias en el resto de dones del Espíritu Santo.

Por lo que hace a las relaciones entre dones del Espíritu Santo y peticiones del Padrenuestro, en comparación con san Agustín, Gerson hace el mismo cambio que Hugo de Amiens para el don de Sabiduría, al que relaciona con la primera petición, “santificado sea tu nombre”; igualmente el don de Entendimiento lo relaciona con la petición de “venga tu reino”; el don de consejo con la de “hágase tu voluntad”; el don de ciencia a la petición de perdón; el don de piedad a la de no caer en la tentación; el don de fortaleza a la del pan cotidiano, y el don de temor a la de “líbranos del mal”.

Como novedad, Gerson establece una relación entre los dones del Espíritu Santo y unas devociones que propone para cada día de la semana: así para el domingo propone la devoción a la Trinidad y la relaciona con el don de temor. Para el lunes propone la devoción a los ángeles, asociada al don de piedad; para el martes la devoción a los profetas y patriarcas, relacionada con el don de ciencia; para el miércoles, la devoción a los mártires, asociada al don de fortaleza; para el jueves la devoción a los confesores, asociada al don de consejo; para el viernes la devoción a la Pasión de Cristo, asociada al don de Entendimiento; y para el sábado la devoción a la Virgen, asociada al don de Sabiduría.

Podemos decir, por tanto, que la reflexión sobre la importancia de los dones del Espíritu Santo en la vida cristiana, se manifestó en los primeros siglos, notablemente desde san Agustín, al establecer una correlación entre cada uno de esos dones y una de las bienaventuranzas más una de las peticiones del Padrenuestro. Para mediados del siglo XIII, con san Buenaventura, cristaliza también la reflexión sobre la influencia que cada uno de estos dones ejerce en la vida moral, fortaleciendo a las virtudes y debilitando a los vicios; y a principios del siglo XV, con Juan Gersón, cristalizó incluso en la asociación entre cada uno de los dones del Espíritu Santo y una devoción a la que se asignaba un día de la semana.

Tanto estas relaciones, algo circunstancial, entre dones y devociones, dones y bienaventuranzas o dones y peticiones del Padrenuestro, como la más sólida relación entre dones del Espíritu Santo y virtudes, reflejan sin duda el esfuerzo permanente de los miembros de la Iglesia por comprender el modo de actuar de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad y mantener con el Espíritu Santo una relación viva y personal. Esperemos que ese esfuerzo siga dando sus frutos.

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