La Iglesia va a desaparecer

La Iglesia va a desaparecer. ¿Estás preparado?

Hola, les saluda Santiago Mata, para reflexionar sobre el hecho que señalo en el título al decir que la Iglesia católica va a desaparecer, y sobre sus consecuencias, a las que me refiero al preguntar si estamos preparados para esa desaparición.


Cuando hablo de desaparecer, no me refiero a que la Iglesia católica vaya a dejar de existir, sino a que dejarán de verse las señales sensibles, las características por las que la identificamos: la unidad, la santidad, la catolicidad y la apostolicidad. ¿Significa esto que ya no será agente de nuestra salvación, o que se salvará mucha menos gente? No necesariamente. Todos y cada uno de nosotros podremos siempre mantener y profundizar nuestra unión con Cristo si cuidamos, principalmente, las tres virtudes sobrenaturales de fe, esperanza y caridad: la fe, con la lectura y estudio del Catecismo de la Iglesia católica; la esperanza, con la oración por el Papa y la confianza en que mantenga la unidad de la Iglesia, y la caridad, manifestando nuestro amor y rezando por aquellos que tratan de destruir a la Iglesia, de perseguirla o simplemente que se alejan de ella y alejan a otros de la fe.

Vayamos pues, tras estas aclaraciones iniciales a explicar en qué consiste la desaparición de la Iglesia. No se trata de que sea eliminada por una persecución violenta, sino en que dejaremos de oír su voz. Ni el Papa ni los obispos hablarán de Dios ni explicarán la doctrina católica. ¿Cuándo y dónde comenzará esto, afectará a todos los países? Frente a estas preguntas, tengo que decir que no soy profeta. Lo que importan no son los signos de la crisis, sino que reaccionemos. Por tanto, lo mejor es que demos por supuesto que esa situación en la cual ya no podemos contar con que la jerarquía de la Iglesia, el Papa y los obispos, ayuden, iluminen y gobiernen a los fieles, ha comenzado ya, y que cada uno debe dar los pasos necesarios para fortalecer su fe, esperanza y caridad, sin esperar a que vengan otros a ayudarle.

¿En qué sentido esto es novedoso y hasta qué extremo llegará? Podría pensarse que errores, herejías y cismas ha habido siempre en la historia de la Iglesia, y que lo que ahora vemos tiene poco de nuevo. Sin duda es discutible, pero pienso que la anulación total de la presencia de la Iglesia, en particular de la Jerarquía, de la predicación de la fe, ha alcanzado ya y en adelante seguirá aumentando hasta niveles nunca vistos. Nunca hasta el siglo pasado había podido el Papado dejar sentir su influencia de forma casi inmediata en todo el mundo. Pues igualmente, todo lo malo que se hará ahora y todo lo bueno que se dejará de hacer, repercutirá por primera vez en toda la cristiandad, en todo el mundo, de forma inmediata. Es cierto que hay naciones que han vivido sin jerarquía, sin sacramentos, durante siglos, y así ha tenido que sobrevivir el cristianismo, pienso en los 300 años de persecuciones romanas, en los mil quinientos que llevan perseguidos los cristianos bajo el islam, en los 300 años de aniquilación violenta de los cristianos en Japón, en los mil años que llevan separados de Roma los rusos y demás ortodoxos, pero también por así decirlo en los mil quinientos años que estuvieron los indígenas americanos sin conocer que Cristo había llegado a la Tierra, y los dos o tres siglos más que tardó en llegar el Evangelio a otros países de África o de Oceanía. También esas personas estuvieron privadas, al menos en apariencia, del influjo positivo de la Iglesia. Y sin embargo, el cristianismo ha sobrevivido también allí. Pues esto nos sucede ya, y nos va a suceder aún más, a todos: la Iglesia dejará de actuar, de hacer el bien de la forma para la que fue instituida, y tendremos que sobrevivir por así decirlo, “con lo puesto”.

¿Quién es culpable, parece ser la pregunta inmediata? ¿El Papa? En una situación de caos total y de negación de la acción visible de la Iglesia, es lógico que aparezcan explicaciones simplistas que busquen culpables y los encuentren en la jerarquía, y en concreto en el Papa, de quien se dará, si no es que ya se da, por supuesto, que si no aparece visiblemente como guía y doctor, maestro y padre de los cristianos, es porque no quiere. Pues bien, yo aquí quiero dejar bien claro que, al margen de lo que haga o deje de hacer, nadie más que Dios puede juzgar si el Papa, en concreto ahora el Papa Francisco, está o no cumpliendo su misión.

A esto hay que añadir que un elemento fundamental de la crisis, que impedirá que la Iglesia salga de ella, es y será siempre la crítica, desobediencia y finalmente separación respecto de la autoridad del Papa. Por tanto, por mucho que algunas cosas que el Papa haga, permita, tolere, o que otros hagan en su nombre, denunciar y criticar y hasta resolver esas injusticias nunca deberá ir acompañado de juicios y desprecios al Papa, de la negación de su autoridad, sino que, al contrario, rezar por el Papa, hacer todo el bien que se pueda hacia su persona y aceptar su autoridad siempre será, como he indicado al principio, una señal que distinga a los auténticos cristianos que quieran, por una parte salvarse y por otra facilitar que con el tiempo la situación pueda ir mejorando.

La sinodalidad y el silencio de los corderos. ¿Qué decir de los que nunca denuncian, o por lo menos critican, lo que hacen quienes tratan de anular la acción de la Iglesia? Como he dicho, uno de los signos característicos de la actual desaparición de la Iglesia es que se hace invocando el espíritu de escucha o comprensión a todos que ha dado en llamarse sinodalidad. Es decir, que se argumenta que esto es lo que quiere el Papa Francisco. ¿Habría que dejarse matar por los lobos, si enseñan un carné firmado por el Papa que dice que pueden hacerlo? Por duro que parezca, la respuesta más segura es que siempre es preferible sufrir el mal y nunca hacerlo. Esa ha sido siempre, a lo largo de la historia, la opción de los mártires: pero renunciar a la violencia, confiando en que sea Dios quien ilumine las mentes de quienes quieren anular la acción de la Iglesia, no quiere decir que se permanezca callado. Sin duda, es muy difícil mantener no solo la calma y la ecuanimidad, sino el afecto y el amor sincero hacia esas personas que quieren hacer desaparecer a la Iglesia, y si uno teme caer en la ira, el silencio es una opción segura. Pero también es verdad que quienes por razón de su cargo en la propia Iglesia o simplemente por su lucidez mental, tienen medios para explicar las cosas, tienen mayor obligación de hablar claro.

Que no sea un cisma más. Algunos dan por supuesto que, pase lo que pase, todo se resolverá poniendo un par de parches, y si es caso, quedará la huella de un nuevo grupo de personas que se habrá separado de la Iglesia católica. Pues no. Por una parte, porque como ya he dicho lo que se nos viene encima no es un eclipse o un cisma. Es un apagamiento total de la luz de la Iglesia durante mucho tiempo, y no un solo cisma, sino una multitud de ellos. Desgraciadamente. Pero también hay que contar con que, si Dios lo va a tolerar, es porque también tendrá en su manga, como siempre ha sido, la posibilidad de sacar al final un bien mucho mayor que todo el mal que se haya producido. Precisamente, y es como todo una opinión personal, todas esas heridas que ha sufrido la Iglesia, todos esos cismas y separaciones, cuando hayamos llegado a un nivel de enfrentamiento que nos parece inimaginable, habremos llegado también al punto en el cual podamos reconstruir en la caridad la unión de los cristianos por encima de todas esas divisiones creadas a lo largo de la historia y que, supongo, comparadas con lo que vamos a ver, nos parecerán poca cosa.

¿Y cuál será el medio?  El remedio colectivo será, según me parece, un concilio ecuménico, porque esa ha sido siempre la fórmula para restablecer la unión. Obviamente, es algo que no me corresponde casi ni imaginar cómo se podrá hacer. Pero sí diré algo más acerca de ese remedio personal que está al alcance de cada uno.

Entrar por la puerta estrecha. Recordemos que cuando a Jesús le preguntaron si son pocos los que se salvan, recomendó dejarse de elucubraciones y entrar por la puerta angosta. La puerta estrecha, que siempre estará abierta, es la del ejercicio de las virtudes. Virtudes humanas, al alcance de cualquiera, como base para las tres virtudes que solo con ayuda de Dios podemos ejercer. La fe, que aunque no esté sostenida por la palabra eficaz de la Jerarquía, siempre podremos cultivar de la mano del Catecismo de la Iglesia católica y de tantas obras y predicaciones, la esperanza, que como sugerí debería tener su centro en la oración por el Papa: pero ojo, también con esa utilidad subjetiva de no perder la confianza en que tiene la autoridad de Dios y debemos respetarle, haga lo que haga; y la caridad, distintivo de los cristianos: y que si los distingue es porque no solo aman a los de su bando, que eso lo hacen hasta lo que aplauden con entusiasmo las sartas de mentiras de los líderes políticos en los mítines electorales, sino que han aprendido de Dios el arte de amar a sus enemigos.

Espero haberles sabido transmitir algo de inquietud, pero sobre todo mucha confianza en Dios para los tiempos que ya estamos viviendo, y tanto si es así como si no, me gustaría que me dejaran en los comentarios su opinión. Hasta la próxima, les saluda Santiago Mata.

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