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Apostolado y testimonio: misión de cada cristiano

Pescador de hombres es la profesión que Jesús da a Pedro después de la pesca milagrosa que relata san Lucas. Esta y las demás lecturas del V Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C) afirman que el apostolado es misión de todos y cada uno de los cristianos. En la primera lectura, Isaías se ve indigno de ser llamado por Dios, en el salmo se confía en que «el Señor hará todo por mí» y en la segunda lectura san Pablo se presenta como el último de los apóstoles, pero no por ello ineficaz: eso sí, si ha dado fruto es porque lo que predica no son sus ideas o sentimientos, sino que transmite lo que recibió de Cristo.

Más que con sesudas reflexiones, la lección que podemos aprender hoy es la de que para predicar, para ser testigo de Cristo, lo que se requiere es unión personal con Él. A ello hace referencia en este vídeo de su canal de Youtube la mexicana Clara Cuevas:

¿Cómo es posible ese encuentro personal al que hace referencia Clara? En este otro vídeo, el sacerdote José Antonio F. sugiere buscarlo orando con el Evangelio, y señala (minuto 6:00) cuatro episodios que pueden dar luz al respecto:

¿Qué es un mártir?

El testimonio desde siempre más venerado por los cristianos es el de quienes llegan a sacrificar su vida con tal de ser coherentes con su fe. Cuando sufren a causa de los perseguidores de la fe, se les llama mártires. Un ejemplo próximo al martirio lo tenemos en Ignacio Echevarría, al que está dedicado el musical Skate Hero, preparado para nosotros en la Cubierta de Leganés el 11 de marzo (si quieres ir, apúntate en las tareas del aula digital). Su padre, Joaquín, dice en esta charla que la muerte de su hijo ha sido útil y puede serlo más si es dada a conocer:

Divulgar el ejemplo que dio Ignacio es el objeto del musical Skate Hero.

Vacuna y solución frente al mal

Y ya que hablamos de mártires, invito a la presentación de mi libro Mártires cristianos durante el nazismo:

El martirio, testimonio silencioso del amor de Dios (4º domingo T.O., C)

En las lecturas del 4º Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C) podemos observar tres puntos para comentar. El primero, descriptivo y más obvio es que la predicación recién comenzada de Jesús (en la sinagoga de Nazaret) se encuentra con el rechazo de la gente, que llega al extremo de tratar de matarle. Frente a eso, las lecturas nos hablan de Dios como refugio frente al ataque del mal. La resistencia de Cristo y del cristiano no es violenta: se libra del mal por el poder de Dios. Por eso en un principio no parece que estos textos nos remitan al martirio, pues por esta vez Cristo se salva de morir.

En este contexto el himno a la caridad de San Pablo, en la segunda lectura, parece desentonar del resto. Pero nos da pie al segundo comentario que debía responder no solo a cómo actúa Jesús frente a la violencia, sino a por qué: interpretativo. De hecho, el himno a la caridad tiene algo de descriptivo, al decirnos que la caridad es paciente, etc… La razón por la que Cristo no responde con violencia no es utilitaria (para salvar el pellejo, o porque es preferible llegar a un acuerdo porque la violencia desata una espiral, o para esperar el momento en que ser más fuerte, como haría un movimiento de resistencia latente). San Pablo afirma que la caridad es el mejor de los carismas (carisma es don en griego); ello se muestra en que de las tres virtudes sobrenaturales, fe, esperanza y caridad, la caridad es la única que dura por siempre.

El tercer comentario es finalista, para qué sirve, qué recibiremos a cambio de la caridad, aunque ya está respondido con lo anterior, porque si la caridad dura para siempre es que es la virtud divina por excelencia, Dios es amor y el premio del amor es Dios mismo. Pero el amor en sí mismo es sacrificado, es don de sí, es preferir el bien sin condiciones. Por eso C.S. Lewis, citado por el sacerdote en la homilía que va abajo, distingue cuatro amores: el de afecto, amistad, atracción (eros) y caridad (ágape). Este último, que es la palabra utilizada por san Pablo, se refiere al amor capaz de poner el bien, al otro, por delante del propio gusto o interés.

Aquí es donde el martirio, la muerte causada por odio a la fe y aceptada por el sujeto para seguir adherido al bien sin aceptar el mal, es el testimonio (eso significa martirio en griego) de amor máximo, y por eso puede decirse del amor que no esquiva ni se opone al mal (con otro mal o huyendo), no lo anula, sino que solo tras aceptar sufrir sus consecuencias puede superarlo, lo que es más que una hipotética mera anulación.

El odio a la fe que es la causa del martirio suele verse disimulado, y así en el evangelio de hoy podría decirse que la causa de que sus paisanos quieran matar a Jesús es que les había provocado al mencionar los milagros hechos al general sirio o a la viuda de Sarepta (que no eran israelitas), o que tenían envidia de él, o que querían probar si haría un milagro para salvarse… Pero si recordamos las lecturas del domingo pasado (que fue dedicado a meditar la Sagrada Escritura), la lectura que hizo Jesús afirmaba que había llegado la liberación, una liberación que Jesús también anuncia diciendo «convertíos», porque el Reino de Dios no es liberación de meras imposiciones exteriores, sino del pecado que surge del corazón del hombre; así que el rechazo a Cristo y a su mensaje es un rechazo a esa conversión que siempre es renuncia al egoísmo del propio yo: es un rechazo al amor-ágape precisamente porque implica sacrificio, lo cual es, dicho sea de paso, aún más grave que un mero «odio a la fe», si entendemos que la caridad es un bien mayor que la fe.

A la importancia del amor en la vida de las personas y en la Iglesia se refería santa Teresita del Lisieux al afirmar que había descubierto que su vocación era ser el amor en el corazón de la Iglesia, y  que eso equivalía a tener todas las vocaciones.