Las lecturas del XXXI Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo B) dan un paso más sobre en qué consiste ese seguimiento de Cristo que el domingo anterior emprendió el ciego Bartimeo: se requiere la misericordia de Dios y la colaboración humana, y esta con todas las fuerzas, con todo el corazón, y de forma práctica, de modo que para amar a Dios, como prescribía la Shemá Israel, hay que amar al prójimo como a uno mismo. Cristo completa la enseñanza del Antiguo Testamento mostrando la otra cara de la moneda de la caridad.
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Para ir al Cielo: servir a Dios y a los hombres; caridad
En el día del DOMUND el Evangelio trae la famosa frase de «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», que por cierto ya se puede usar como imperativo (dar en vez de dad). Será interesante no pasar por alto las otras lecturas, que nos hablan de que Dios llama a todos a la santidad, para relacionar las lecturas de este domingo con las del anterior (28º Domingo) y con el propio hecho del DOMUND.
29º DOMINGO del Tiempo Ordinario (ciclo A).
Si el domingo pasado la santidad, el Cielo, se comparaba a un banquete al que todos estamos invitados, hoy se nos explica más sobre cómo Dios nos llama:
Primera lectura: Is 45, 1. 4-6. Dios se sirve incluso de los que no le conocen (el emperador Ciro) para hacer llegar a todos su llamada: «aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí».
Dios llama a todos, y el para qué es darle gloria, nos lo dice el salmo (Sal 95, 1 y 3. 4-5. 7-8a. 9-10ac:
Porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza…
(Quizá por esto ha sido elegido este domingo como el del DOMUND o estas lecturas para el que ya era domingo de las misiones.)
En la segunda lectura, san Pablo (1 Tes 1, 1-5) ya va concretando cómo se pone en práctica la respuesta a esa llamada: con las virtudes sobrenaturales: «sin cesar recordamos ante Dios, nuestro Padre, la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza en Jesucristo».
El aleluya (Flp 2, 15d. 16a) nos recuerda que ese ejercicio de las virtudes influye en los demás: «Brilláis como lumbreras del mundo».
Y el Evangelio (Mt 22, 15-21), que tradicionalmente se ha interpretado como si hubiera una tensión entre dos extremos -ser de Dios o ser del César- a equilibrar, probablemente sería mejor comprenderlo como las dos caras de una misma moneda que nos abre la puerta del Cielo, la caridad: amarás a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo; es imposible alcanzar la perfección individualmente, estamos atados por vínculos indisolubles a los demás. Por supuesto, cumplir las obligaciones sociales obliga a los cristianos a ser los mejores ciudadanos (y pagar impuestos), pero no nos limitamos a cumplir lo que exige el orden temporal, queremos para todos la felicidad eterna.