El Reino de Dios o el Reino de los Cielos es Dios mismo para el hombre, es decir, el bien a que aspiramos, la verdad que queremos conocer, y por ello también la Ley que nos conduce hacia quien es la felicidad del hombre y por ello también juez: a ello remiten las tres parábolas del capítulo 13 de san Mateo que leemos en el Evangelio del Domingo 17º del Tiempo Ordinario (ciclo A) y las lecturas en que Salomón pide a Dios la Sabiduría, o el salmo que alaba la Ley de Dios. Si Jesús utiliza la expresión Reino de Dios o Reino de los Cielos en vez de sencillamente Dios es para cumplir el mandamiento que prohibía a los judíos utilizar directamente el nombre de Dios.
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El Cielo: la relación eterna y personal con Dios
Después de tres semanas en que el Reino de los Cielos se ha comparado en las lecturas de la misa con una viña en la que Dios nos pide trabajar, las lecturas del 28º Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A) nos hablan de la plenitud en la relación de amor personal entre Dios y el hombre con la parábola de un banquete de bodas.
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Credo 17: El Reino de Dios
106. Las tentaciones de Jesús en el desierto recapitulan la de Adán. Cristo, nuevo Adán, resiste, y su victoria anuncia la de su Pasión, en la que su amor filial dará suprema prueba de obediencia.
107. Jesús invita a todos los hombres a entrar en el Reino de Dios; llamándolos a convertirse y aceptar la infinita misericordia del Padre. El Reino pertenece a quienes lo acogen con corazón humilde.
108. Jesús acompaña su palabra con signos y milagros para atestiguar que es el Mesías. Él no ha venido para abolir todos los males de esta tierra, sino ante todo para liberarnos de la esclavitud del pecado.
109. Jesús elige a los Doce, futuros testigos de su Resurrección, y los hace partícipes de su triple misión: enseñar, santificar y gobernar la Iglesia. Pedro ocupa el primer puesto, con la misión de custodiar la fe en su integridad y de confirmar en ella a sus hermanos.
110. En la Transfiguración Jesús muestra que su gloria pasa a través de la cruz, y otorga un anticipo de su resurrección y de su gloriosa venida, «que transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo» (Flp 3, 21).
111. Jesús decide subir a Jerusalén para sufrir su Pasión, morir y resucitar. Como Rey-Mesías entra en la ciudad montado sobre un asno; y es acogido por los pequeños, cuya aclamación es recogida por el Sanctus de la Misa: «¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna! (¡sálvanos!)» (Mt 21, 9).