En la Carta Apostólica que dedicó al Rosario de la Virgen María, san Juan Pablo II afirmó que recitarlo es contemplar con María el rostro de Cristo.
El Rosario surge con Santo Domingo de Guzmán en el siglo XIII, pero su fiesta se relaciona con la advocación de María Auxiliadora de los Cristianos, vinculada a la Batalla de Lepanto.
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