Las lecturas del XXXI Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo B) dan un paso más sobre en qué consiste ese seguimiento de Cristo que el domingo anterior emprendió el ciego Bartimeo: se requiere la misericordia de Dios y la colaboración humana, y esta con todas las fuerzas, con todo el corazón, y de forma práctica, de modo que para amar a Dios, como prescribía la Shemá Israel, hay que amar al prójimo como a uno mismo. Cristo completa la enseñanza del Antiguo Testamento mostrando la otra cara de la moneda de la caridad.
La segunda lectura, con la insistencia en la figura de Jesucristo como Sumo Sacerdote, nos insiste en la primordialidad de la gracia: ante todo es Dios quien ha hecho ya todo por nosotros, nuestra respuesta solo consiste en recoger los frutos de esa gracia que sobreabunda.
Otro comentario, por «uncuradetoledo»:
Para ilustrar esta entrada, presento la obra El juicio de un alma de Mateo Cerezo (1663-1664) del Museo del Prado, en la que además aparece la Virgen intercediendo por el alma con el vestido de Nuestra Señora del Carmen, muy propio para el mes de noviembre dedicado a interceder por las almas del Purgatorio. En ella aparecen otros dos santos intercediendo por el alma: santo Domingo, que al mostrar el Rosario parece resaltar las obras de amor a Dios de esa persona, y san Francisco, que al mostrar un pan parece resaltar las obras de caridad hacia el prójimo.