Si en la anterior entrada hablamos de santos reformadores nacidos en España, hoy es el turno de algunos santos fundadores, en concreto san Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, y de san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. Ambas instituciones tienen notable relevancia social, manifiesta por el revuelo que se forma en torno a ellas.
Los jesuitas: San Ignacio de Loyola (1491-1556) se propuso, junto con sus compañeros, seguir los pasos de Jesús y por ello se llamaron Compañía de Jesús y se dispusieron a peregrinar a Tierra Santa. Al no poder hacerlo a causa de la dominación turca, pusieron sus vidas a disposición del Papa, y él los mandó a predicar.
De esta forma indirecta, pero con la relevancia añadida de su voto de obediencia al Papa, se convirtieron en pieza fundamental para en unos casos evangelizar (como san Francisco Javier -1506 a 1552- en la India, Japón y China), y en otros fortalecer la fe de los católicos, debilitada a causa del enfrentamiento con los protestantes: en esto destacó san Pedro Canisio, doctor de la Iglesia (1521-1597).
El propio san Ignacio de Loyola se había centrado desde su conversión en fomentar la oración y el examen de conciencia mediante los Ejercicios Espirituales.
La huella de santidad dejada por los jesuitas en su empeño por lograr que los católicos fueran coherentes con su fe en cualquier estado de vida, ha sido también fuente de innumerables polémicas, recelos y odios, que llevaron a la expulsión de la Compañía de Jesús, empezando por los territorios de Portugal (1759), Francia (1762), España (1767), y terminando por su supresión a cargo del papa Clemente XIV (1773, hasta 1814)… Casi cinco siglos después de la fundación de la Compañía, la Iglesia eligió en 2013 por primera vez a un Papa jesuita: Francisco (Jorge Bergoglio).
San Josemaría Escrivá fundó el Opus Dei en 1928. Era un sacerdote diocesano y su misión fue fomentar la santificación de las personas corrientes, los laicos, a través del trabajo profesional y la vida familiar, lo cual suponía por entonces una novedad tal que provocaría recelos tanto por parte de algunos religiosos que pensaban que la santidad exigía separarse de las actividades mundanas, como de los que desde las ideologías laicistas quieren que la religión quede relegada a ejercicios de piedad sin trascendencia social.
Al canonizarlo en 2002, san Juan Pablo II llamó a Escrivá «el santo de lo ordinario». Entre 1962 y 1965, se celebró el Concilio Vaticano II, una de cuyas principales aportaciones fue recoger solemnemente la doctrina de la llamada universal a la santidad.
Hay un cineasta británico, Roland Joffré, que sin ser católico ha dedicado sendas películas a estos dos fenómenos de vida cristiana que le han llamado la atención: a los jesuitas con La Misión y a Escrivá con Encontrarás dragones. Esta es la visión de la fundación del Opus Dei que da en esa película:
En La Misión, Joffré expone que para facilitar el paso a Portugal del territorio cedido por España que incluía las reducciones jesuiticas, se radicalizó la persecución contra esta orden (1750 Tratado de Madrid o de Permuta, guerra guaranítica 1754-6). De hecho fueron expulsados de Brasil ya en 1754:
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