Si en el Domingo 29º del Tiempo Ordinario (ciclo C), con la parábola del juez injusto, Cristo exponía que la oración debe ser insistente, en el Evangelio del 30º Domingo, con la parábola del fariseo y el publicano que suben al templo a orar nos especifica cómo debe ser la oración en su contenido: es precisa la humildad de reconocerse no solamente necesitados de la ayuda divina, como el que insiste en la petición, sino de reconocerse indigno de dicha ayuda, pecador que solo puede invocar la misericordia de Dios y no puede esgrimir méritos: en este sentido no pedimos a Dios «justicia» sino quedar justificados por la fe que se muestra en la oración y en las obras.
Textos de las lecturas del XXX Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C):
Lectura del libro del Eclesiástico (Eclo 35, 12-14. 16-18): La oración del humilde atraviesa las nubes.
Salmo responsorial (Sal 33, 2-3. 17-18. 19 y 23): El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (2 Tim 4, 6-8. 16-18): Me está reservada la corona de la justicia.
Aleluya (2 Co 5, 19): Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (Lc 18, 9-14): El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo, no.
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¿En qué se diferencian pobreza y humildad? Posiblemente el fariseo fuera más pobre que el publicano, pero se creía rico en méritos. La corona a la que aspiramos son los méritos de Cristo que sólo alcanzamos si nos «afligimos» con la actitud humilde del que ora como el publicano: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. ¿Ayudan estas reflexiones a entender la doctrina de la justificación por la fe?
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