El poder político ni es malo ni corrompe: frente a esa idea se yergue la frase que nos recuerdan las lecturas del Domingo 29º del Tiempo Ordinario (ciclo A), «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», que no debe entenderse como separación, exclusión o incompatibilidad, sino solo como afirmación de la libertad que Dios da al hombre cuando le hace partícipe de su poder.
Para no caer en el maniqueísmo de rechazar lo mundano y en particular la política, como si fuera un ámbito en el que la religión nada tiene que decir, nos recuerdan las demás lecturas que el poder de Dios está en todas partes y en todo, también en aquellos, como Ciro, que no saben que Dios obra a través de ellos.
La frase debe entenderse, a mi parecer, como muestra del orden de las causas: Dios muestra su grandeza depositando su poder en causas a las que asemeja consigo hasta el punto de hacerlas libres: dad al César lo que es del César y así daréis a Dios lo que es de Dios al respetar el orden que ha querido para la sociedad humana.
Tomo la imagen de fondo de este vídeo de una participante en el Sínodo de Obispos sobre la Sinodalidad que representa allí a España y que, como se ve, participa de esta visión denigrante del poder «terrenal».
Posiblemente esta injustificada visión negativa tiene parte de culpa del abandono de la política en manos de hombres corruptos, por aquello de que los buenos se abstienen, y por esa desgracia el mal triunfa, según Burke.
Incluso este mensaje del Papa parece inmerso en esa visión negativa del poder político como opuesto al de Dios.