Al estudiar a famosos reformadores carmelitas, y en general al observar la reforma de la Iglesia en España en el siglo XVI, cabe preguntarse qué es primero, si la gallina o el huevo: ¿Tiene la Iglesia que agradecer lo que han hecho algunos españoles por ella, o es más bien España quien tiene algo que agradecer a la Iglesia?
Luis Suárez Fernández es decididamente de la segunda opinión, o eso parece si vemos el título de su libro Lo que España debe a la Iglesia católica. Eso no quiere decir que España no tenga mérito, pero quien debe agradecer algo a España, según él, no es la Iglesia, sino el mundo, por eso tiene otro libro titulado: Lo que el mundo debe a España. Y ya puestos, también puede decir el mismo autor que España no está en deuda solo con la Iglesia, pues tiene otro libro titulado Lo que España debe a Cataluña.
De los reformadores antes de santa Teresa y que no eran carmelitas destacan el cardenal franciscano Francisco Jiménez de Cisneros (1436-1517) y el sacerdote diocesano san Juan de Ávila (1500-1569 hoy patrón del clero secular español y doctor de la Iglesia).
Es imposible hablar de reforma en la Iglesia sin hacer referencia al primer gran reformador, san Francisco de Asís (1181-1226), de quien es evidente que quiso volver a la primitiva pobreza. Pero el desprendimiento de las cosas es falso, inútil e imposible, si no lleva al desprendimiento de la propia voluntad, es decir, a la humildad: y a ella se llega mediante la oración, o al revés, mediante ella se llega a la unión con Dios en la oración; y es imposible sin el sacrificio de las propias apetencias -por eso en la vida religiosa se resaltan las virtudes que facilitan la pureza de corazón, como la castidad- y sin la obediencia a quienes desde la disciplina de la Iglesia pueden confirmar que lo que se hace es para gloria de Dios y no de uno mismo.
En definitiva, en la Iglesia la reforma es un proceso que empieza en el interior, en el alma que es movida por Dios para desprenderse de sus propias imperfecciones, y no es una crítica, rebelión o revolución frente a lo que no nos gusta de los demás, pues si bien esta puede ser legítima, justa y hasta necesaria, cuando no va precedida y acompañada por la reforma interior, fácilmente separa del amor al prójimo, sin el cual es imposible amar a Dios.
Después de que se emprendiera el proceso de reforma espiritual en España, surgieron en Europa otros procesos que se engloban bajo la denominación de Reforma protestante (comenzada en Alemania por Martín Lutero en 1517). Buena parte de los cristianos tomó ocasión de ella no para emprender un camino de reforma espiritual, sino para criticar a quienes parecían estar en el bando contrario, lo que dio como resultado una división de la Iglesia que parece irreparable. Solo a fines del siglo XX llegaron católicos y protestantes a expresar una doctrina común sobre la justificación por la fe.
De la película sobre santa Teresa de Ávila (1515-1582, declarada primera doctora de la Iglesia en 1970 junto con santa Catalina de Siena) veremos los minutos 50-55 donde expone lo que pretende reformar (volver a la primitiva pobreza, al sacrificio en la clausura rigurosa y a una vida contemplativa, es decir, de diálogo constante con Dios) y del 1:01 en adelante, donde vemos el juicio positivo de san Francisco de Borja y lo que de ella murmuraba la gente:
La paradoja del morir para vivir, del renunciar al amor propio para amar a Dios, de volar tan alto que le dio a la caza alcance; la expresa la poesía del también abulense san Juan de la Cruz (1542-1591), cuya biografía vemos a partir del minuto 30 en que escapa de la prisión toledana donde le encerraron durante 9 meses los carmelitas calzados:
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