El harakiri de la Asignatura de Religión

Santiago Mata

Los profesores de Religión de mi diócesis hemos tenido hoy una sesión explicativa del futuro currículo de la asignatura en la nueva ley (LOMLOE). Daré aquí algunas de mis impresiones, que se resumen en que me parece que nos han pedido que hagamos el harakiri a la asignatura.

Para los no iniciados -y esto ya me da mala espina, que se requiera una hora de explicación antes de empezar a hablar propiamente del currículo-, por lo visto estamos inmersos en una marea, o no sé si llamarla glaciación, o quizá sea mejor calentamiento global (lo que es seguro es que muchos salimos de la charla con la cabeza caliente, y los pies fríos), que consiste en que las asignaturas no son lo importante en la educación, tampoco siquiera los objetivos -que se nos presentaron como algo copiado de la vida militar: se propone uno llegar a una meta, y se ponen los medios-, sino que lo importante son las competencias clave: a fin de cuentas, una especie de objetivos, pero que no están fuera (o sea, no son objetivos), sino dentro del alumno: son cualidades que se supone debe adquirir, y para quien quiera saber cuáles son, ahí va la lista en el gráfico.

Es decir, que la educación es un marco y lo que haya dentro ya da igual: los famosos contenidos, en definitiva las asignaturas. Visto así, resulta que la asignatura de Enseñanza Religiosa Escolar (ERE, que no va de echar del trabajo a nadie, sino que es la asignatura que dan unas decenas de miles de profesores que llevan todas las décadas que se cuenten de su trabajo amenazados de despido-desaparición) no es ya objeto de persecución, sospecha, desprecio o ninguneo, sino que lo están todas. Mal de muchos, remedio de… digamos todos. Las bromas que hacen los periodistas sobre si se podrá pasar con tantas asignaturas suspensas, o si no se repetirá curso, son un malentendido garrafal: es que, sencillamente, nadie tiene que aprender nada, se trata de garantizar algo que para entendernos llamamos destrezas, aptitudes o siquiera actitudes, que no son más que palabras con que disimulamos lo difícil que es de entender, y aún más de tragar, que la educación consista en adquirir, cómo era (no es broma, tengo que hacer scroll para recordarlo cada vez), competencias clave.

¿Están entonces todos los profesores amenazados de despido o solo -cual si se negaran a vacunarse- los que se nieguen a hablar en clave de competencias clave?

Quede esa polémica para los educadores en general: por mi, y perdón por la crudeza, como si deciden sugerir que el rey está desnudo y que todo el tinglado de la educación no sirve absolutamente para nada, y que el 90% de lo que saben los niños no lo aprenden en la escuela sino en internet, y que por tanto más vale dejar que los niños -o sus padres, si es que son más maduros que los niños- hagan lo que les dé la gana, y cerramos las escuelas pa siempre. Algo de esto sospechan los profesores cuando ven que se les carga cada vez más con la responsabilidad de educar a los niños en aquello en que deberían educarlos sus padres (hasta sonarse los mocos) y no de enseñarles aquello que sus padres no pueden o no alcanzan a saber, que en eso consiste la subsidiariedad.

Así que volvamos a la ERE: ¿de veras no está amenazada esta asignatura sino todas, y en realidad no es una amenaza, sino un proceso bueno y necesario, para alcanzar la plenitud y felicidad de la persona no a base de obligarle a saber cosas, sino de descubrirle cómo desarrollar sus capacidades (perdón: competencias clave)?

Pues eso es lo que nos han contado. Pero luego yo vuelvo a mi instituto y la realidad es mostrenca, ya que me topo con que una profesora ha dicho ayer a mis alumnos de primero de Bachillerato que la Religión ya no cuenta para la nota en la selectividad de ESTE junio… De momento, parece que esa información es falsa… Sobre todo porque, como digo, a fin de cuentas, a largo plazo, ninguna asignatura va a contar nunca para nada. Ah, todos tranquilos. Pero ¿por qué será que los profesores de las demás asignaturas no tiemblan?

Ah, lo que pasa, según la charla de hoy, es que los de Religión nos vamos a adelantar al resto y vamos a admitir antes que nadie que nuestra asignatura no es necesaria, y que nos podemos diluir en el marco del buenrrollismo. Pero basta de divagar: hoy se nos presentó una portada para el currículo (pues no se nos llegó a explicar) en la cual se suponía que tenemos la misión de humanizar no sé si a la persona o a su educación. Es decir, que encajamos perfectamente en varias competencias clave. Curiosamente, si no recuerdo mal, el charlista incidió en la «competencia lingüística», cuando yo habría supuesto que apuntaría a la «conciencia y expresión culturales»… Claro que por qué no en la de «aprender a aprender».

Competencias clave en la LOMLOE

¿Y si no todos están igual de amenazados?

Ya me estaba yendo cuando he querido buscar un gráfico que resuma las competencias clave y así no tener que escribirlas. Al final mi sorpresa ha sido que sangoogle no tenía ni un solo gráfico con las competencias de la LOMLOE (y eso que se supone que son el sancta sanctorum de la ley y que esta ya se está aplicando), así que he tenido que escribirlas en mi propio gráfico. Y mira por dónde me he dado cuenta de dos cosas:

  1. Nos dijeron en la charla que la LOMLOE era un regreso a la LOE (ya lo dice su nombre: Ley Orgánica de Modificación de la LOE) hecho a posta para borrar la LOMCE como si esta no hubiera existido. Y mira que esto me recordaba a Fernando VII con aquello de borrar los años de vigencia de la Constitución de 1812 como si no hubieran existido. ¿Puede ser bueno lo que por todos los poros rezuma envidia? Pero la realidad es mostrenca y a pesar de ser españoles, no consiguen los legisladores borrar el pasado: la LOMLOE desdobla una competencia de la LOMCE (lingüística), y desordena el resto, pero poco más. Eso sí, seguramente cambia el fondo al renunciar a los objetivos, los contenidos y todo lo que se quiera… ¿O no?
  2. No, porque mira por dónde algunas competencias tienen nombres descaradamente semejantes a los de algunas asignaturas: las lenguas (separadas en autóctonas y «pluris»), matemáticas, ciencias, tecnología… Luego no todas las asignaturas se diluyen tanto como nos venían contando. Luego quizá sí tengamos algunos más razones que otros para temer que lo nuestro se va a diluir en un mero «aprender a aprender».

Como yo soy de la EGB no sé lo que existía antes (el mundo aquel de las reválidas), pero sí oí hablar a los antiguos de que la EGB fue la primera que destruyó la educación antigua, dando prioridad a eso que llaman ciencias y arrinconando a las humanidades. Así que quizá esto del calentamiento viene de lejos. De modo que aquí lo dejo, porque como se ve, no era nada nuevo. Lo nuevo es el harakiri de la religión (o de la ERE).

¿No le interesa la Religión a la Iglesia (a la Conferencia Episcopal Española)?

¿A qué tanto entusiasmo con que la ERE sea la primera que presente su currículo? La Conferencia Episcopal se ha dado prisa en elaborarlo (vea quien quiera las conclusiones). Quizá sea un entusiasmo sincero hacia las competencias clave. O puede que sea un afán de adaptarse a lo que mandan los poderosos (Gleichschaltung) a pesar de no estar de acuerdo (o no del todo). Quizá este afán sirva para salvar el empleo de los profesores de Religión, reconvirtiéndonos en profesores de «aprender a aprender» (competencia ya algo vaga, cuando la tienen que rebozar con elementos «personales» y «sociales»). No se me quita la imagen de que nuestra misión era «humanizar».

Sobrevivir a toda costa no es necesariamente el lema del cristiano. ¿Cómo fue lo que le dijo Cristo a sus discípulos? ¿Id por todo el mundo y fomentad la conciencia y expresión culturales?, ¿la competencia personal, social y de aprender a aprender? No me entiendan mal: no quisiera menospreciar el trabajo de tantos funcionarios de la pedagogía. Lo que yo tenía entendido es que los apóstoles, para que estuviera claro en qué consistía ese «enseñar el Evangelio» que les mandó Cristo, redactaron el Credo. Y en base a ese Credo es como, según el Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes 22), Cristo «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre». Así es como entiendo yo la tarea de humanizar. No sé si lo que propone la Conferencia Episcopal es disimular con tal de sobrevivir, o sustituir los artículos del credo por las competencias clave (de la 5 en adelante, se entiende).

El martirio, testimonio silencioso del amor de Dios (4º domingo T.O., C)

En las lecturas del 4º Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C) podemos observar tres puntos para comentar. El primero, descriptivo y más obvio es que la predicación recién comenzada de Jesús (en la sinagoga de Nazaret) se encuentra con el rechazo de la gente, que llega al extremo de tratar de matarle. Frente a eso, las lecturas nos hablan de Dios como refugio frente al ataque del mal. La resistencia de Cristo y del cristiano no es violenta: se libra del mal por el poder de Dios. Por eso en un principio no parece que estos textos nos remitan al martirio, pues por esta vez Cristo se salva de morir.

En este contexto el himno a la caridad de San Pablo, en la segunda lectura, parece desentonar del resto. Pero nos da pie al segundo comentario que debía responder no solo a cómo actúa Jesús frente a la violencia, sino a por qué: interpretativo. De hecho, el himno a la caridad tiene algo de descriptivo, al decirnos que la caridad es paciente, etc… La razón por la que Cristo no responde con violencia no es utilitaria (para salvar el pellejo, o porque es preferible llegar a un acuerdo porque la violencia desata una espiral, o para esperar el momento en que ser más fuerte, como haría un movimiento de resistencia latente). San Pablo afirma que la caridad es el mejor de los carismas (carisma es don en griego); ello se muestra en que de las tres virtudes sobrenaturales, fe, esperanza y caridad, la caridad es la única que dura por siempre.

El tercer comentario es finalista, para qué sirve, qué recibiremos a cambio de la caridad, aunque ya está respondido con lo anterior, porque si la caridad dura para siempre es que es la virtud divina por excelencia, Dios es amor y el premio del amor es Dios mismo. Pero el amor en sí mismo es sacrificado, es don de sí, es preferir el bien sin condiciones. Por eso C.S. Lewis, citado por el sacerdote en la homilía que va abajo, distingue cuatro amores: el de afecto, amistad, atracción (eros) y caridad (ágape). Este último, que es la palabra utilizada por san Pablo, se refiere al amor capaz de poner el bien, al otro, por delante del propio gusto o interés.

Aquí es donde el martirio, la muerte causada por odio a la fe y aceptada por el sujeto para seguir adherido al bien sin aceptar el mal, es el testimonio (eso significa martirio en griego) de amor máximo, y por eso puede decirse del amor que no esquiva ni se opone al mal (con otro mal o huyendo), no lo anula, sino que solo tras aceptar sufrir sus consecuencias puede superarlo, lo que es más que una hipotética mera anulación.

El odio a la fe que es la causa del martirio suele verse disimulado, y así en el evangelio de hoy podría decirse que la causa de que sus paisanos quieran matar a Jesús es que les había provocado al mencionar los milagros hechos al general sirio o a la viuda de Sarepta (que no eran israelitas), o que tenían envidia de él, o que querían probar si haría un milagro para salvarse… Pero si recordamos las lecturas del domingo pasado (que fue dedicado a meditar la Sagrada Escritura), la lectura que hizo Jesús afirmaba que había llegado la liberación, una liberación que Jesús también anuncia diciendo «convertíos», porque el Reino de Dios no es liberación de meras imposiciones exteriores, sino del pecado que surge del corazón del hombre; así que el rechazo a Cristo y a su mensaje es un rechazo a esa conversión que siempre es renuncia al egoísmo del propio yo: es un rechazo al amor-ágape precisamente porque implica sacrificio, lo cual es, dicho sea de paso, aún más grave que un mero «odio a la fe», si entendemos que la caridad es un bien mayor que la fe.

A la importancia del amor en la vida de las personas y en la Iglesia se refería santa Teresita del Lisieux al afirmar que había descubierto que su vocación era ser el amor en el corazón de la Iglesia, y  que eso equivalía a tener todas las vocaciones.

En Italia, o quizá solo en Roma, parece ser común que el Papa bendiga los anillos de boda, según se deduce de esta imagen que aparece en este vídeo: https://youtu.be/TBwH1mD50vU?t=128

Las bodas de Caná, el matrimonio y la alianza entre Dios y los hombres (2º Domingo T.O., ciclo C)

En Italia, o quizá solo en Roma, parece ser común que el Papa bendiga los anillos de boda, según se deduce de esta imagen que aparece en este vídeo: https://youtu.be/TBwH1mD50vU?t=128
En Italia, o quizá solo en Roma, parece ser común que el Papa bendiga los anillos de boda, según se deduce de esta imagen que aparece en este vídeo: https://youtu.be/TBwH1mD50vU?t=128

Los textos del segundo domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C) tienen como centro el relato del milagro en las bodas de Caná.

La primera lectura, de Isaías (62, 1-5) nos deja claro que el matrimonio no es una institución humana, y mucho menos diabólica o enfrentada al plan de salvación (como pensaban los maniqueos y particularmente los cátaros albigenses): tu tierra tendrá un esposo; con esto anuncia Dios una alianza eterna, y que él mismo será el esposo, de ahí que ese sea uno de los nombres de Cristo.

En el salmo 96 se pide a toda la tierra que festeje la gloria de Dios, es una fiesta a la que estamos todos invitados, formamos todos una familia, de ahí que se pida que «aclamen al Señor, familias de los pueblos». No se trata de la victoria de unos que tienen ventaja sobre otros.

En la segunda lectura san Pablo (1ª Corintios 12, 4-11) deja claro que hay un bien común, pero no una receta para todos, sino un camino de santidad personal por el que el Espíritu Santo lleva a cada uno: aquí no se menciona el matrimonio, que será el camino habitual con el que las personas sirvan al bien común, sino precisamente ese hecho de que nos ayudamos unos a otros. El matrimonio no es una vocación «universal» en el sentido de que sea obligatoria, lo obligatorio es el servicio a la comunidad, al bien común.

Dentro del Evangelio de san Juan (2,1-11) hay muchas cosas que resaltar, en primer lugar, la presencia a un tiempo de la Virgen y de Jesús con sus discípulos: con esta presencia Cristo eleva al matrimonio al nivel de sacramento, resaltando al mismo tiempo que es una institución natural (instituida en la misma creación de la pareja humana), y por el hecho de que no es él quien «oficia» la ceremonia, podemos resaltar que los ministros del sacramento son los cónyuges.

Para comprender lo que significa la presencia de Cristo en Caná podemos decir que a Dios no solo no le parece mal que la gente se case -hasta el punto de que compara su relación con los hombres con el matrimonio- sino que al asistir a esa boda quiere hacer a los novios un regalo: y el regalo, la gracia de Dios, viene habitualmente en forma de sacramento: por eso quien se quiere amigo de Dios le invita a su boda, y Él les da el regalo de su presencia, y la gracia del sacramento con que les acompaña.

En el hecho de terminarse el vino antes del final de la boda podemos ver la presencia de la concupiscencia, en general el desgaste de todo lo humano. La intercesión universal de la Virgen es clara en su interpelación «no tienen vino» (así como su perspicacia de ama de casa), mientras que su ordenación a Cristo como único Salvador está clara en su consejo: «haced lo que Él os diga». En el amago de Jesús por zafarse podemos ver que Dios quiere que perseveremos en nuestras peticiones: es más, lo lógico es deducir que, antes que la Virgen, Cristo sabía que se acababa el vino, pero esperó a que la Virgen se lo pidiera para actuar. En la conversión del agua en un vino de gran calidad podemos ver cómo siempre Dios mejora sus propios planes y desde luego nuestras expectativas, que no se limita a reparar lo estropeado. En el hecho de que los discípulos creyeran en Jesús podemos ver la utilidad de los milagros en el plan de Dios.

Puedes repasar alguna de estas realidades en este Kahoot.

Frontal de Guils; finales s. XIII, Museo del Prado.

Solemnidad de Cristo Rey: un Reino de verdad y amor

El último domingo del año litúrgico, el que encabeza la semana XXXIV del Tiempo Ordinario (en este caso ciclo B), se celebra la solemnidad de Cristo Rey.

La primera lectura, del capítulo 7 del libro de Daniel, señala como características del reino del Hijo del Hombre que es eterno: no pasará. Esto se corresponde, como veremos, con lo que Jesús dice a Pilato de que su Reino no es de este mundo: no se refiere a que no esté en este mundo, sino a que no se limita a este mundo, no es caduco, no pasa, es un bien permanente, eterno, como lo es el Ser de Dios; también podremos relacionarlo, como veremos enseguida, con la eternidad como rasgo propio del alma humana.

El Salmo 93 vuelve a insistir en la eternidad del Reino, pero añade algo: «la santidad embellece tu casa». El Ser de Dios, su Reino, no se impone oprimiendo o poniendo límites, sino al contrario, se difunde como el bien que es posible compartir y comprender, de ahí la referencia a la belleza; elimina toda sombra de maldad, de ahí que se defina como santo.

De la segunda lectura, tomada del primer capítulo del Apocalipsis, resalto la frase que dice que «nos purificó e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios». No es un reino militar, que se impone por la violencia y domina un territorio, no es un reino económico, que extrae beneficios materiales, es sacerdotal primero porque está compuesto por nosotros mismos y porque consiste en una ofrenda: no son partes de nosotros, dinero o tiempo, sino toda el alma y todos sus actos los que pueden ser ofrecidos a Dios, y solo valemos en la medida en que estamos purificados, es decir hechos dignos de ser ofrenda, gracias a la ofrenda y el perdón logrados por Cristo con su Pasión y Resurrección.

Por último estamos ya en condiciones de comprender mejor lo que Cristo dice a Pilato según el relato del capítulo 18 del Evangelio de San Juan: soy Rey, doy testimonio de la verdad, el que es de la verdad, escucha mi voz. Buscar la verdad y seguirla es el esfuerzo que se nos pide: el Reino de Dios consiste en cierta violencia, en cierta purificación, pero no impuesta ni exterior, sino impulsada por la búsqueda de la verdad, movida por un amor que es respuesta al primer paso dado por Dios, y que rompe con lo que le lleva en dirección contraria.

Una devoción antigua y nueva: del Pantocrátor a los mártires del siglo XX

Cristo Rey aparece desde la antigüedad en la figura del Pantocrátor y en el Credo (su Reino no tendrá fin); además en el Padre nuestro nos queda claro que el Reino de Dios es el destino de nuestras almas en la Trinidad (venga a nosotros tu Reino), y por tanto si la Humanidad de Cristo es el camino, el Espíritu Santo es quien lo obra en nosotros. En occidente, desde el siglo XII se profundiza más en el misterio de la Pasión de Cristo, en su representación crucificado más que en su gloria, pero no es una negación de lo anterior, sino la consideración de que Dios reina desde la cruz (regnavit a ligno Deus): el arte románico incluye a Cristo en la cruz, aunque sigue siendo mayestático, y solo con el gótico aparece visiblemente el dolor de Cristo.

En la edad moderna, la devoción al Sagrado Corazón, que debe ser amado y adorado, impulsa también la de Cristo Rey, que solo en 1925 se concreta en la solemnidad que proclama con su primera encíclica Pío XI en 1925. Es una época de rebeliones antirreligiosas, después de una también profundamente inhumana Gran Guerra; y resulta profético tanto que empiece tratando este tema el Papa que condenará los totalitarismos en sucesivas encíclicas, como el hecho de que al año siguiente comience en México una persecución religiosa en 1926 que dará muerte a innumerables mártires (relacionados o no con el movimiento cristero), quienes manifestarán su disposición para sufrir cualquier mal antes que hacerlo, gritando «¡Viva Cristo Rey!», tanto en esa persecución como en la posterior de España (con martirios entre 1934 y 1939) y la causada por el nazismo (con martirios desde 1934 en Alemania, desde 1939 en Polonia y otros países).

Domingo 32 T.O. (B): Las dos viudas: Todo se lo debemos (dar) a Dios

Las lecturas del Domingo 32 del tiempo ordinario giran en torno a los casos de dos viudas a las que Dios parece pedir que renuncien a lo que necesitan en su vida, pero en realidad es que Dios quiere darse a nosotros, aunque hace falta fe para ver que salimos ganando por mucho que demos… Y es que no damos de lo nuestro, sino que caemos en la cuenta de que todo lo que tenemos es don de Dios y que damos fruto al «devolvérselo» a Dios voluntariamente: Dios no nos quita nada, nos quiere a nosotros pero no para quitarnos, es para que aceptemos el don de vivir con Él… De ahí que la segunda lectura insista en la perfección del sacerdocio de Cristo: no es alguien que nos pida un pago, es alguien que nos da más de lo que imaginamos.

La semana pasada vimos a Jesús exponer que hay que amar a Dios y al prójimo, hoy parece que nos explica cuáles son los obstáculos, o sea el mal que nos puede frenar en el camino: el poner primero al yo, en primer lugar están los obstáculos interiores, los escribas, la soberbia; y luego los obstáculos exteriores, representados aquí por la pobreza. No podemos esperar a que no haya inconvenientes para amar a Dios (en sí o en los demás). El ejemplo de las viudas puede verse hoy en el ejemplo de esa madre cuya hija murió atropellada y que tras asistirla animándola a ir al cielo en sus últimos instantes de vida fue a abrazar a la otra madre de familia, la que la había atropellado. Más tarde, ella y su marido escribieron esta carta.
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Shemá Israel: y al prójimo como a ti mismo

Las lecturas del XXXI Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo B) dan un paso más sobre en qué consiste ese seguimiento de Cristo que el domingo anterior emprendió el ciego Bartimeo: se requiere la misericordia de Dios y la colaboración humana, y esta con todas las fuerzas, con todo el corazón, y de forma práctica, de modo que para amar a Dios, como prescribía la Shemá Israel, hay que amar al prójimo como a uno mismo. Cristo completa la enseñanza del Antiguo Testamento mostrando la otra cara de la moneda de la caridad.
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Bartimeo a Jesús: Señor, que vea; buscar, encontrar, ver y seguir

Domingo 30 del Tiempo Ordinario (ciclo B): Para seguir a Dios, primero hay que conocerle, verle: pero para verle, hay que querer, estar dispuesto a aceptar la verdad, con la misma insistencia con que el ciego Bartimeo gritó a Jesús que tuviera compasión de él, y despojándose de todo lo que le estorbaba para llegar a Jesús. Jesús quiere algo del hombre, que le sigamos, pero es tan discreto, tan respetuoso con nuestra libertad, que es Él quien pregunta: qué quieres que te haga.

Para conectar con las semanas anteriores, de nuevo es la misericordia lo que nos salva, como vimos en la semana 29, y ahora se nos descubre que debemos pedirla, buscarla con insistencia.

¿Podemos? Si te dejas ayudar por la misericordia de Dios

Si en el domingo 28º del Tiempo Ordinario las lecturas nos indicaban que la verdadera sabiduría consiste en seguir a Cristo, las del domingo 29º (ciclo B) nos precisan que no es por nuestras propias fuerzas -como sugerían los apóstoles Santiago y Juan al responder: ¡podemos!- como seguimos a Cristo, sino por la misericordia de Dios. Cristo ha sufrido por nosotros para allanarnos ese camino. La misericordia en raras ocasiones (como fue la de los hermanos Cebedeos) vendrá a abajar nuestras ínfulas para recordarnos que solos no podemos nada, será más frecuente que venga a recordarnos que gracias a Él sí podemos.
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El camino de la felicidad: seguir a Cristo (domingo 28 T.O., B)

Lecturas del Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (ciclo B). Cuadro: La moneda del César (1646) Antonio Arias Fernández, Museo del Prado.

Las lecturas de este domingo están unidas por la búsqueda de la felicidad, para la cual se nos presenta como el instrumento más adecuado la sabiduría (en la primera lectura, Libro de la Sabiduría 7,7-11: de paso podríamos recordar cómo Dios felicitó a Salomón porque lo que pidió fue sabiduría más que poder, riquezas o placeres).
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Eva

El Plan B de Dios para hacernos felices (27º Domingo)

Lecturas.

Génesis: Eva y el matrimonio.

Dios quiere hacernos felices, pero no a condición de seguir su plan, sino viniendo Él con nosotros, de ahí que nos acoja siendo niños. No pone la condición de que nos hagamos niños, porque ya lo somos. Él nos ha hecho capaces de seguir su plan y cuando nos hacemos incapaces viene Él a unirse a nosotros con su Plan B, la redención. Siempre quedamos libres para rechazarlo, pero no pensemos que es Él quien nos lo pone difícil.