La Doctrina Social de la Iglesia puede hoy calificarse de progresista, explica el historiador José Andrés-Gallego; pero no siempre ha sido así, ya que durante cien años se opuso a la libertad política, aunque siempre defendió la justicia social. Hoy día, su principal aportación es descubrir el valor de la gratuidad en la economía. En esta entrevista nos explica las razones tras estas realidades.
Estamos con el doctor José Andrés-Gallego, catedrático de Historia Contemporánea durante muchos años en la UNED, también ha sido rector de la Universidad Católica de Ávila, y acaba de publicar este libro: La Doctrina Social de la Iglesia. Es un libro muy personal, donde da su opinión sobre la actitud de la Iglesia ante los problemas sociales.
Quizá la primera pregunta para mí es esta: ¿tiene la Iglesia la solución para los problemas político-sociales?
No se puede decir que la Iglesia tenga la solución, o mejor dicho: si la Iglesia tiene la solución, la aplicación de la solución en su integridad es prácticamente imposible, porque tendría que controlar todas las fuerzas que mueven la historia, en este caso la economía y mucho más que la economía. Y no las controla. Por tanto, la Doctrina Social es un aviso de que las cosas debería ir por ahí, para que cada uno las aplique como pueda y quiera.
¿Se puede decir que la Doctrina Social de la Iglesia está por estrenar?
Por estrenar no, porque se han hecho muchas cosas. Primero habría que aclarar desde cuándo. La expresión Doctrina Social es del siglo XX, pero eso no quiere decir que no haya habido antes. De hecho, en el libro dedico unas pocas páginas a hacer una lectura económica, de justicia distributiva, de los Evangelios y de las Epístolas, y ahí se ve una cantidad de advertencias y de principios. Basta recordar el de san Pablo: “El que no trabaje, que no coma”. Eso ya es Doctrina Social.
No hay que olvidar una cosa que es posible que mucha gente no sepa, pero que entre los historiadores es un hecho muy conocido, y es que toda la organización de la beneficencia, que es lo que ahora aboca al Estado de Bienestar, o sea, a la Seguridad Social, a las prestaciones sociales, etc., prácticamente es una invención de los cristianos.
En la jurisdicción de Roma, había instituciones de caridad, pero muy pocas. Desde el siglo IV, ante todo cuando se reconoce públicamente a la Iglesia y los cristianos empiezan a actuar libremente es cuando empieza a haber una floración de instituciones que son en gran parte las que llegan hasta nuestros días, solo que ahora con unas técnicas que entonces no tenían.
Por poner un ejemplo: hay un filósofo francés, Foucault (Michel, 1926-1984), que tiene una teoría sobre la invención de los manicomios como una manera de reducir a norma a los locos, una forma de represión. Él habla de lo que sabe, que es algo de historia de Francia, y además es filósofo, pero en el siglo XIII-XIV aparecen, aquí en España precisamente, los llamados Hospitales de Inocentes, que eran precisamente para los locos, para preservar la inocencia de los locos respecto a las agresiones de los inteligentes. Pongo un ejemplo de los muchísimos que se podrían poner.
O sea que no, que se ha hecho mucho. Todo lo que son ahora, en España por ejemplo, o en Centroeuropa, las cajas rurales. En el caso de España, los grandes promotores de las cajas rurales desde 1900, de las cooperativas de ahorro, fueron católicos, muchos de ellos curas, párrocos que organizaban a sus fieles de esa manera, en cooperativas de crédito.
La sociedad se hundiría si no contase con la cantidad de obras, de instituciones y de acciones de las personas, que eso es lo que de verdad importa más, con un sentido cristiano, sin duda.
La Iglesia parece que se opone a la democracia, o que se ha resistido a la democracia. ¿Tiene esto algo que ver con los inicios de la cuestión social, cuando en 1848 parecía precisamente que Pío IX era liberal y (cambió a causa de la revolución)?
Mucho, eso es fundamental. En la historia de la Doctrina Social hay un antes y un después, primero en 1848 y luego se puede decir que en 1958-59. La Doctrina Social propiamente dicha, lo que se suele llamar así, nace para resolver lo que se llamaba la cuestión social. Y la cuestión social es una expresión del siglo XIX, muy temprana, para referirse a todo lo que afectaba a la situación de los obreros.
Por tanto, la doctrina que surge para resolver la cuestión social se refiere sobre todo a la justicia, a la justicia distributiva, no a lo político, no a la libertad política. Durante un siglo largo se ha dado un fenómeno muy curioso que es, empezando por los papas, que los papas tenían una doctrina en cuanto a la justicia distributiva, y a la economía en general, netamente avanzada y sobre todo favorable a los obreros, netamente favorable a los trabajadores, mientras que en el terreno político se podría decir que había un recelo ante la libertad, un miedo a la libertad.
Eso empieza a cambiar completamente con Juan XXIII y de una manera muy explícita con Juan Pablo II. Por supuesto también antes con Pablo VI, pero el que ya lo plantea de una forma muy explícita es Juan Pablo II. En el fondo, aunque no lo llega a decir así, pero él hace una comparación que a mí me permite decir lo que digo en el libro. Viene a decir: no hay justicia sin libertad ni hay libertad sin justicia. Es un principio capital.
A partir de ese momento, en realidad ya antes. Como digo es Juan XXIII el que cambia las cosas. Pío XII fue un gran Papa pero tenía miedo a la libertad porque veía el peligro de que la Iglesia católica se protestantizara, se dejase influir por el protestantismo, cosa que en parte ha sucedido, por otro lado. Y eso le hizo retraerse en el orden de la política y en el de la teología, no en el de la Doctrina Social.
Pío XII por ejemplo hizo famoso un lema que era: todos propietarios, ningún proletario. O: ningún proletario, todos propietarios. Decía que todo el mundo tenía que ser propietario del mínimo necesario para cubrir sus necesidades.
Me pregunto si en esa resistencia a la libertad política no ha influido el miedo a la anarquía, expresado en concreto en 1848 por algunos intelectuales en torno a esa idea de la delegación del poder. Si el pueblo es soberano, ¿cómo entender que la Iglesia se haya resistido a aceptar esa soberanía de la persona, por qué se resiste a admitir la participación en el poder de todos?
Ese problema se crea en el siglo XVI muy claramente, ante el impacto de dos realidades muy distintas: una el hallazgo de América, de los indígenas americanos por parte de los europeos y por otra parte, pero coincidiendo en el tiempo, la Reforma protestante.
El hallazgo de esas comunidades de pueblos indígenas provocó en el siglo XVI toda una reflexión teológica de la que surgió la afirmación, que hasta entonces no se hacía con tanta claridad, de que los papas no tienen poder temporal.
Entonces tenían poder sobre los Estados Pontificios. Pero su poder es espiritual, y en lo temporal, únicamente aquello que afecte a lo espiritual es en lo que pueden hacer indicaciones o sentar criterio. Eso lo aclaran los teólogos escolásticos, la mayoría de ellos españoles, en el siglo XVI.
Por esa vía, estos teólogos llegan a hacer una afirmación discutible, que no es un dogma, como tampoco lo otro es un dogma, y es que la autoridad civil en una comunidad forma parte de dicha comunidad, y como forma parte de la comunidad, tiene que gobernar en sintonía con la comunidad, es decir, captando lo que la comunidad necesita y desea, siempre que sea bueno, evidentemente. El problema se plantea cuando quieren algo malo.
Por tanto, lo que esta gente pide, aunque no lo dijeran con estas palabras, es un tipo de gobierno participativo. Esto tiene una fecha final: 1591, cuando un teólogo español, Juan Roa Dávila, publica un libro (De Potestate Ecclesiae) defendiendo esa tesis, y ese libro es recogido por la Inquisición.
Eso coincide, 1591, con un cambio de actitud, no solo por ese libro; probablemente ese libro fue lo que menos se conoció. Un cambio de actitud en la curia romana en relación con el protestantismo. En el siglo XVI, a pesar de lo que nos dicen, o de lo que creen muchos, la postura de la Iglesia católica, de los católicos más cultos, mayoritariamente, respecto a todo lo que es novedad científica, justicia o derecho político, es notablemente más avanzada que la de los protestantes.
Ejemplo: Copérnico, que es el que afirma el heliocentrismo por primera vez de una forma clara, aunque ya algunos griegos lo habían afirmado, cuando plantea que el sol no da vueltas alrededor de la tierra, sino que la tierra da vueltas alrededor del sol. Eso es acogido con verdadero entusiasmo en la curia romana, y el Papa le anima por medio de un amigo común a Copérnico a seguir en sus investigaciones, mientras que Lutero y Calvino dicen que no se puede permitir que ande por ahí una persona que dice una barbaridad semejante.
A finales del siglo XVI, en la curia romana, es muy difícil saber por qué, hay un giro en el cual se impone el criterio de demostrar que los protestantes son inmorales. ¿Razón? Que la gran crítica de Lutero era la inmoralidad de la curia romana. En parte tenía razón, porque había inmoralidad.
Inicialmente el protestantismo surge como una reacción frente a la inmoralidad que se ve en la cúspide de la Iglesia. A finales del XVI hay una depuración muy seria en la curia romana y se da la vuelta al argumento: los inmorales sois vosotros. Eso hace que se desarrolle una sensibilidad excesiva, habría motivos históricos o no, pero claramente excesiva, ante toda novedad.
Toda novedad, por principio, es algo que hay que cuidar. Y la retirada del libro de Roa Dávila en 1591 es una pequeña parte. El caso Galileo es el más famoso. A Galileo, a finales del siglo XVI le permiten decir lo que 30 años después lleva a que le condenen no a prisión perpetua, más bien a residencia domiciliaria perpetua en un palacio romano, en el que por cierto le cuidan sobre todo los escolapios.
A partir de ahí, ante la libertad, en la curia romana y en el mundo católico, se impone una actitud defensiva. La Doctrina Social nace como tal para la cuestión social en el siglo XIX, inmediatamente después de la Revolución francesa, que conlleva una normativa, una legislación, contra la Iglesia, en parte justificada, y en parte totalmente injustificada además de errónea y muy grave, que entre otras cosas desmantela la beneficencia de la Iglesia, primero en Francia y luego en todos los países donde se va implantando el liberalismo.
Esto hace que los papas del siglo XIX sean papas contrarrevolucionarios. ¿Qué es lo malo de eso? Que asumen y endurecen esa actitud que venía de finales del siglo XVI de miedo a la libertad. Y ahí viene incluso una nueva doctrina que se impone a partir de Pío IX a mediados del siglo XIX, según la cual, a diferencia de lo que decían los teólogos españoles escolásticos del siglo XVI, la autoridad no procede del pueblo del cual forma parte el elegido como jefe o la corporación que gobierna, sino que a lo sumo puede haber una designación de quién manda, pero la autoridad la recibe este directamente de Dios.
Eso, que es una pura entelequia, supone que se carga el derecho a la representatividad y el derecho a la participación que se reconocía en el siglo XVI. Es una cosa grave y eso no levanta cabeza plenamente, desde el punto de vista doctrinal, hasta Juan XXIII y el Concilio Vaticano II.
Sigue habiendo esa impresión de que la Iglesia es reaccionaria, contrarrevolucionaria, eso hoy día ¿también lo vemos y parece que los católicos solo saben protestar?
Cuidado, en este momento el juego de fuerzas ya no tiene nada que ver. El catolicismo actual, en ese orden de cosas, no tiene nada que ver con aquél. Desde Juan XXIII y sobre todo con Pablo VI y muy explícitamente con Juan Pablo II se convierte en un difusor de las libertades humanas, incluida la libertad religiosa para los no católicos, como algo a defender, o como mínimo a respetar. O sea, cambia esa actitud completamente.
Por tanto, que ahora afirmen, que pongan la etiqueta de progresista a doctrinas que van contra la realidad del hombre, de la naturaleza humana, de lo que es el ser humano, es jugar con las palabras. Dicho muy coloquialmente, aunque pueda sonar mal, ahora los progresistas somos nosotros. Por estar hablando en este momento así, los peligrosos por progres somos nosotros, porque vamos contra el orden constituido, que nos parece injusto y que nos parece que no respeta la libertad sobre todo de los más explotados y de los peor tratados.
¿A eso lo llaman reaccionario? No, hombre, no, nosotros somos los progres.
Hay dos principios tradicionales de la Doctrina Social que son la solidaridad (todos somos iguales y hay que ayudar al débil) y la subsidiariedad (hay que respetar la independencia, la autonomía, la capacidad de cada cual), ¿puede hablarse de un tercer principio de sostenibilidad o de que el crecimiento no es un absoluto, de que tiene que haber una proporción?
Lo que se ha descubierto sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, creo que el primer Papa que lo plantea es Benedicto XVI en Caritas in veritate, es que dice, con otras palabras, que la solidaridad embrida la subsidiariedad y la subsidiariedad embrida la solidaridad. Es decir, son dos principios no contrarios, sino, aunque resulte pedante, dialógicos, a más solidaridad, menos subsidiariedad, a más subsidiariedad, menos solidaridad.
Será bueno que recordemos que el principio de subsidiariedad consiste en decir que lo que puede hacer la comunidad menor no debe hacerlo la mayor. Eso va sobre todo contra el dominio del estatalismo, y ahora diríamos de los poderes universales que puedan existir y actuar.
Si la familia puede resolver un problema, no tiene por qué resolvérselo el gobierno municipal. Si el gobierno municipal puede resolver un problema, no tiene que entrar en ello el Estado. La solidaridad, qué es lo que dice. Al contrario, no al contrario, sino en sentido distinto, dice: todos, hasta el último individuo y hasta el último peldaño, tienen que ser solidarios con todos los demás, y por tanto con los más débiles.
Si solo hay subsidiariedad, y en la familia es donde arreglamos las cosas, podemos arreglar nuestras cosas, pero no las del que necesita de nuestra ayuda. Por eso hace falta un equilibrio muy difícil, entre subsidiariedad y solidaridad.
¿Por qué es difícil? Vamos a ver si sé decirlo con sencillez. Porque toda acción humana, lo que estamos haciendo ahora, tiene una finalidad pretendidamente valiosa. Pero los efectos de cualquier acción no son solo los que pretendemos, sino también los que no pretendemos. Hay efectos indirectos.
Los entendidos, sobre todo Max Scheller, el famoso filósofo de los valores, decía que había cuatro grandes grupos de valores: los valores religiosos, los valores estéticos, los valores éticos y los valores económicos. Pues bien, el problema está en que una acción económica, por ejemplo la decisión de ir a la huelga por justas causas, la decisión de crear una empresa por justas causas, puede tener una finalidad, y un valor por tanto, económico, pero tiene efectos religiosos, estéticos y éticos. Y por tanto el que actúa debería, quizá es mucho pedir pero debe pensar en los efectos que puede tener, esos efectos secundarios que no son los que él pretende, pero que los va a tener su acción.
Ese es el problema del juego entre solidaridad y subsidiariedad. Esto lo ha explicado muy bien un axiólogo español, José María Méndez. Los valores económicos se consiguen mejor entre todos, poniéndose de acuerdo todos. Pero claro, si la acción de valor económico tiene una consecuencia por ejemplo religiosa, estética o ética, la mayoría no puede imponer la religión porque ese fin económico necesita que todos crean lo mismo.
Y a la inversa, si uno pretende un fin religioso, o un fin estético, con una finalidad aparentemente tan neutra como la estética, lo hace mejor uno solo, o dos o tres, porque cada uno tiene su noción de la estética. Pero eso tiene un valor indirecto ético y económico en el que hay que pensar también.
¿Esto en la vida diaria cómo se aplica? Con sentido común, no hay otra. Aunque esto parezca una teoría muy difícil, es lo que cualquier persona cabal intenta hacer cuando tiene una buena idea y una idea sana. Piensa: pero es que esto va a tener consecuencias malas para estos otros, entonces valora y con el mayor realismo y la mayor generosidad, o falta de generosidad, toma una decisión.
La encíclica Caritas in veritate de 2009 no aparece entre las más famosas sobre Doctrina Social, pero habla por ejemplo de que la justicia no puede dar la plenitud, que necesita la caridad. Dicho de otro modo, que hay que meter la donación, la gratuidad, en la economía. ¿El papel de la gratuidad es algo muy novedoso, no?
Yo diría que todavía es más radical el planteamiento. Lo que dice el Papa es más radical. Porque tal como lo has dicho, alguien puede entender: esto es lo de siempre: hay un orden económico y hay que añadirle caridad para que esto vaya un poco bien. No. Lo que dice el Papa es que no hay orden económico si no hay caridad.
Eso es mucho más radical, significa, no lo ha dicho el Papa, lo digo yo como consecuencia, que el orden económico comunista de la Rusia soviética de antaño, que era todo lo monstruoso que se quiera, se sostenía porque había gente que hacía el bien a cambio de nada, o a cambio de poco. Si no, no se puede sostener una relación, una comunidad económica.
Es más radical, por tanto, no es que haya que añadir caridad, sino que sin caridad no hay orden económico posible. Por tanto, para que haya justicia hace falta caridad.
A veces hay una obsesión por poner cruces, por partidos confesionales. Ese recelo que hubo a mezclarse con los protestantes por miedo a no se sabe qué… Ahora parece lo contrario, según ha dicho, que, si funcionan las cosas, si son justas, es que hay caridad, y por tanto no habría que tener miedo a meterse en cuestiones sociales, a participar con otros de cualquier calaña, porque si hacen el bien se están haciendo cristianos…
Claro, es una de las cosas que se aclaró de la época de Juan XXIII para acá. Ya antes lo decían los teólogos, aunque no se impusiera. Está en san Agustín: todo lo que supone bien, eso es cristiano. Por tanto a la hora de buscar el bien no hay problema para ponerse de acuerdo con otros que no sean cristianos, pero que apunten a lo mismo.
¿Qué eso es peligroso? Naturalmente, la vida es arriesgada. Todo lo que estamos hablando es el eterno problema entre seguridad o libertad. Si quieres que las cosas salgan bien seguro, no des libertad. Pero entonces no salen bien las cosas. La libertad implica siempre riesgo. Hay que estar dispuesto a aceptar…
A mí me ha costado, pero he comprobado… Me ha sorprendido encontrar gente, católicos, que procuran hacer todo el bien que pueden en Comisiones Obreras (CCOO). Más: el sindicato Comisiones Obreras es de origen cristiano, católico, aunque ahora eso se ha diluido, en su origen fueron militantes católicos los que llevaron la carga principal de la creación de las primeras Comisiones Obreras. Para ello colaboraban con socialistas ateos, con comunistas ateos y con quien fuera, y se arriesgaron.
Al final perdieron, llegó un momento en el que Comisiones Obreras fue controlada, hablo de aquellos años, los años setenta, por el Partido Comunista. Efectivamente, eso puede salir mal, pero la vida es así, hacer el bien muchas veces es arriesgado.
¿Qué lleva a un historiador a interesarse por la Doctrina Social?
Esto fue una petición de un editor, lo que me obligó a releer cosas que había leído hacía muchos años. Yo estoy tocado por la cuestión religiosa, o por la religión. Soy un converso, y los conversos se dice, con razón, que solemos ser más radicales que los que han sido introducidos en la religión desde niños y nunca se han planteado otra posibilidad.
Cuando conoces la religión, el cristianismo concretamente, a los 17 años, teniendo ya una cierta formación personal, una personalidad definida, no es lo mismo que si lo vas asimilando: lo ves de una manera más radical. Es más, esto hizo que me hiciera historiador, de esto hace 60 años, poco más o menos, para entender lo que estoy diciendo ahora.
Mejor dicho, cuando me convertí, tenía 17 años, me pregunté: cómo es posible que esto que yo ahora veo tan maravilloso, esté en decadencia. Y yo, que iba a dedicarme a la literatura, dije: yo creo que tengo que ser historiador para llegar a entenderlo.
¿Y lo ha entendido?
Lo he comprendido. Pero yo creo que no se puede explicar. Es tan complejo que no se puede explicar. Se puede comprender y vivir.
¿Existe esa decadencia o la actividad social de los católicos no tiene por qué ser (visible o confesional)? En España no hay ningún partido político católico, pero a lo mejor es más católica de lo que parece.
Eso en primer lugar, pero, en segundo lugar, la decadencia es en Occidente. En África el cristianismo no está en decadencia. Y ya vienen a decirnos misa sacerdotes africanos. Decimos: África, qué pobres… No, ya vienen a decirnos misa; vienen a estudiar aquí y practican el culto.
La decadencia es de Occidente, claramente europea. Europa se ha suicidado, sobre todo con la contracepción, el miedo a tener hijos. O inmigra gente a Europa o los viejos nos vamos a morir y vamos a dejar esto (vacío).
Precisamente los que se dicen más católicos, al menos en teoría, parecen tener miedo en la política a la inmigración.
Ahí hay un problema muy serio. Como toda acción, la inmigración tiene consecuencias religiosas, estéticas, éticas y económicas. Lo ideal es controlarlo, pero haciéndolo posible. La inmigración está fomentada en parte por mafias. Habría que ver cuál es el estatus social en sus países de los que inmigran.
Yo tenía un compañero de trabajo hace muchos años que, harto de dar clases a niños ricos, se fue a África con su mujer como misionero seglar. Y regresó al cabo de pocos años defraudado porque a las escuelas de las misiones, de las suyas, iban los hijos de los jefes de la tribu. O sea, que no es blanco y negro y por tanto el receptor de la inmigración yo creo que tiene que abrirse a ella, pero de una forma realista, que a veces es muy difícil, controlándola para mantener la estabilidad del país, pero siempre sobre la base, que es de las cosas que ha dejado especialmente claras en la Doctrina Social el papa Francisco, de hacer política pensando en los más pobres, los más necesitados.
Hay que controlar y mantener la estabilidad, de acuerdo, pero pensando en los que más necesitan. Y eso a escala universal. Claro, cuando uno ve lo que está pasando en Ucrania y en Israel en estos momentos, y lo que hay detrás de una serie de grandes poderes, personas, que lo que intentan es dominar el mundo “contra el otro”, de una forma exclusivista, cuando uno lee Fratelli tutti, la encíclica de Francisco, dice: sí, pero lo que usted pide es justo todo lo contrario de lo que se están produciendo en el mundo.
¿No está de moda?
¿No sirve de nada? Sí, sirve, siempre habrá personas de buena voluntad que hagan lo que puedan. Cada uno no puede hacer más que lo que pueda. Y así es como el mundo avanza.
Parece que hay una tendencia entre los católicos a encerrarse, lo que llaman la opción benedictina. Nos encerramos en castillos, en comunidades en las que nos protegemos. ¿Eso está bien o no es el futuro?
Yo hace muchos años hubiera dicho que eso está mal. Pero recuerdo que hablando de un caso concreto, alguien me dijo: hombre, es que a lo mejor esa persona de quien hablas no tiene fuerza para enfrentarse solo a esa realidad. También hay que ser realistas en eso, las comunidades que reservan su pureza siempre son buenas, mientras estén abiertas de una forma o de otra al resto de la realidad, que no se cierren a hacer el bien a los demás, incluso a cambio de nada.
Yo creo que la clave, más que ir juntos o separados, es la gratuidad, lo que llama Benedicto XVI y el papa Francisco también, la reciprocidad fraterna, cuando hablan de economía. En la economía tiene que haber una relación recíproca: doy para que des. Tanto por tanto. Así no se resuelve el mundo.
Tiene que haber reciprocidad, pero tiene que haber reciprocidad fraterna. Ahora yo te doy esto, que es mucho más de lo que tú me puedes dar, y si alguna vez puedes y yo estoy necesitado, pues acuérdate de mí.
Es una posición muy realista que yo creo que es, yo diría que casi la normal y quizá la única, además.
¿Qué ha aprendido haciendo este libro?
Eso tenía que llevar un subtítulo: lectura crítica, en el sentido bueno de la palabra. Me ha sorprendido, al releer las encíclicas que había leído hace 50 años, que son las que van hasta Pío XI, Pío XII ya es otra cosa, me encontré con que decían cosas que hoy no son admisibles, incluso doctrinalmente; que denotan que la doctrina no estaba clara.
Eso me supuso hacer un esfuerzo enorme en el libro para decirlo, porque creo que tengo que decirlo, y al mismo tiempo que no sea un libro destructivo, sino que también hable de lo que se puede hacer y de lo que se ha hecho. De lo positivo que se ha hecho.
Quizá la experiencia de este libro más grande y la dificultad ha sido esa: ser honrado con lo que veía mal y al mismo tiempo hacer un libro que sirva a la gente.