Demostrar la existencia de Dios está de moda: ejemplo de ello son estos dos libros recién publicados en español: Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios, de José Carlos González-Hurtado, publicado por voz de papel, y el best-seller francés Dios, la Ciencia, las pruebas, el albor de una revolución, publicado en español por la editorial Funambulista.
Dios, la Ciencia, las pruebas, ha vendido 200.000 ejemplares en Francia en solo un año y ha convertido la existencia de Dios en un tema de rabiosa actualidad. Para sus autores, los ingenieros Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies, esto probaría lo que dice el subtítulo del libro, que estamos en lo que ellos llaman el albor, es decir el comienzo, de una nueva revolución. Se presenta el lunes 16 de octubre a las 19:30 en el CEU y el jueves 19 a las 11h en la Asociación de la Prensa de Madrid.
Soy Santiago Mata, les doy la bienvenida al canal Centroeuropa, y espero ser capaz de explicarles en este vídeo, las razones del éxito de los libros sobre la existencia de Dios y los propios argumentos que presentan estos libros.
La novedad, o si se quiere la revolución, como la llaman Bolloré y Bonnassies, consiste en que la ciencia, que hasta hace un siglo se había utilizado para promover el ateísmo, ha cambiado de bando y ahora afirma que lo más razonable es aceptar que hay un ser que ha creado el mundo, y que en cambio el ateísmo, o más exactamente el materialismo, que cree en un universo autosuficiente, es precisamente eso, una creencia que no tiene sustento racional.
La racionalidad y el rigor científico en la exposición de sus argumentos es un punto fuerte del libro Dios, la Ciencia, las pruebas, cuya redacción fue sometida al examen de un variopinto grupo de lectores, para asegurarse de que, sin perder nada de su seriedad, el texto fuera sencillo y asequible para cualquier persona a partir de 15 años.
Esto no sería suficiente garantía de éxito si no existiera en el público interés por el tema. Esa, probablemente, es una de las grandes sorpresas que ha mostrado este libro: que hay mucha gente que, en un país laico y poscristiano como Francia, quiere saber si Dios existe.
Para los autores, no es casualidad que esto suceda precisamente ahora que, según las estadísticas, la mitad, o incluso un poco más, el 51%, de los habitantes de Francia, son ateos. Dios ya no es un tema o un personaje impuesto por la historia o por la sociedad, no hay mayorías que presionen para creer en Él. Eso abre, precisamente, más posibilidades a un debate sincero donde la única condición sea presentar argumentos razonables.
El hecho que constatan Bolloré y Bonnassies es que, hacia 1920, prácticamente todos los científicos pensaban que el universo era, al mismo tiempo, infinito, estable y eterno. Pasado un siglo, todos los científicos están de acuerdo en que el universo es finito, inestable y que ha tenido un comienzo y tendrá un final. Así las cosas, la ley de la causalidad que está en la base de la ciencia impone aceptar que el universo ha tenido una causa externa a sí mismo, es decir, que ha sido creado por un ser al que llamamos Dios.
Esto no es novedoso para la filosofía realista que siempre ha considerado que el hecho de que las cosas existan y sean limitadas exige o más bien descubre que tienen su causa en un ser ilimitado. Este ser ilimitado no es simplemente el último eslabón de una cadena de seres causados: no es que nos cansemos de buscar causas, es que el que es capaz de causar todo tiene su ser en propiedad, no recibido de nadie, lo tiene sin límite y siempre lo ha tenido: por tanto no es que Dios sustituya al mundo ahora que sabemos que este es limitado, es que nos vendieron la versión de un mundo ilimitado para competir con Dios.
Con este espejismo, difundido sobre todo a partir del siglo XVI, se pretendía que la ciencia probaría que el mundo es autosuficiente y causa su propio ser. El espejismo comenzó a desaparecer cuando, en 1927, el astrónomo y sacerdote católico belga Georges Lemaître expuso la teoría de que el universo está en expansión, confirmada dos años más tarde por el astrónomo Hubble.
Si el universo se expande, es porque previamente estuvo comprimido, en un átomo originario al que Lemaître llamó huevo cósmico, que explotó hace 13.800 millones de años en el llamado Big-Bang, una realidad que se confirmó al descubrirse en 1964 el eco del Big-Bang. Este eco, cuya existencia había previsto Lemaître, fue llamado radiación de fondo cósmica, y valió a sus descubridores, Penzias y Wilson el premio Nobel de Física en 1978.
En el prólogo del libro de Bolloré y Bonnassies, es precisamente Robert Wilson, uno de los dos astrónomos que hallaron la radiación de fondo cósmica y fueron premiados con el Nobel de Física, quien afirma: “no puedo pensar en una teoría científica del origen del universo que coincida mejor con las descripciones del Génesis que el Big-Bang”.
Las investigaciones del siglo XX, tanto en el ámbito de la cosmología -con el Big Bang y la expansión del universo como primeros datos contra la eternidad e infinitud del universo, seguidos de las constantes inexplicables y muy precisas (a las que se agrupa bajo la denominación de “ajuste fino”) que hacen posible su orden y no el caos-, lo mismo que en el campo de la biología, sobre todo con el estudio del ADN y la complejidad de la vida (posible gracias a la existencia de lo que llaman un “principio antrópico”, enfrentado a la hipótesis de que la vida proceda de un desarrollo aleatorio), han llevado a los científicos a concluir que la única explicación razonable es que el universo proceda de un ser que, al crear, manifiesta su poder y, por tanto, su existencia.
La alternativa a la que pueden agarrarse los materialistas que quieran excluir la existencia de Dios, para los autores de Dios, la Ciencia, las pruebas, es renunciar a la racionalidad, a la causalidad, y aceptar, como pura creencia o acto de fe en la casualidad, que el ser procede de la nada o, lo que es casi lo mismo, que este universo con sus constantes de ajuste fino que lo hacen tan improbable, es sólo un eslabón más, y casualmente el único, en que el orden y la vida han resultado posibles, dentro de una serie infinita de universos que se van empujando unos a otros en el ser, a la que se da el nombre de multiverso.
Admitiendo que este recurso mágico es absurdo, la publicista Elvira Roca Barea reconoce en el prólogo de la edición española que “el argumento central de esta obra notable es que la ciencia no desmiente la existencia de Dios, sino que más bien la prueba”, añadiendo con innegable modestia y sinceridad: “lo que significa que los no creyentes estamos abrazando una idea no científica”.
El best-seller de Bolloré y Bonnassies se atreve también a presentar como pruebas de la existencia de Dios los sucesos históricos milagrosos, dedicando particular atención al milagro registrado en Fátima ante decenas de miles de testigos en 13 de octubre de 1917, así como la misma vida, predicación, milagros y resurrección de Cristo, e incluso la vida de la Iglesia y previamente la existencia del pueblo de Israel e incluso su supervivencia hasta hoy.
Dios, la Ciencia, las pruebas, reconcilia por tanto la ciencia no solo con la filosofía, sino también con la historia y la sociología, es decir, con todas las ciencias sociales o humanas cuyas certezas se consiguen por una vía ciertamente distinta, pero no contradictoria con la de las ciencias deductivas.
El segundo libro que traigo a examen, Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios, de José Carlos González-Hurtado, parte también del principio filosófico de causalidad, según el cual todo lo que existe tiene que tener una causa, y esa causa incausada y siempre existente es el ser al que llamamos Dios.
El núcleo del libro se dedica a demostrar que es imposible que el mundo sea autosuficiente, es decir que sea su propia causa y sea por tanto eterno, coincidiendo, por tanto, en lo esencial, con los argumentos de los autores franceses recién citados por lo que respecta a las ciencias naturales, ya que en su obra González-Hurtado no entra en los argumentos histórico-sociológicos, más allá de mostrar la incongruencia de algunos prejuicios, como el de suponer que la mayoría de científicos son ateos, etc.
Las pruebas de la caducidad del mundo son lo que González-Hurtado llama evidencias de la existencia de Dios, a las que parece más congruente llamar pruebas racionales, ya que Dios como causa no es evidente, sino racionalmente necesario, dado que la alternativa, es decir, la explicación del universo si no existiera, sería negar toda causa y suponer que el ser procede de la nada.
Las evidencias, ciertamente, muestran la caducidad del mundo y por tanto que su existencia no es necesaria, quedando supeditada a la de una causa que sí sea intemporal y necesaria. El libro divide esas pruebas en tres grandes grupos: la física, las matemáticas y la biología, dedicando un último capítulo de la obra al estudio del ateísmo.
La parte que González-Hurtado dedica a las pruebas físico-cosmológicas de la caducidad del mundo, se centra, como ya hemos visto en el caso de los autores franceses, en el Big-Bang, por el que conocemos que el universo tuvo un principio, y en la segunda ley de la termodinámica -la que explica esa expansión del universo que permite predecir su final.
González-Hurtado examina detalladamente las leyes y constantes de la naturaleza que han dado lugar a un universo antrópico, es decir ese ajuste fino que también examinaron los autores franceses, gracias al cual se hace real este improbable universo en orden, y nuestro planeta, en el que es posible la vida.
Sobre este tema del orden volverá a incidir González-Hurtado en el capítulo biológico al examinar la evolución a la luz de lo que se ha dado en llamar diseño inteligente.
En el capítulo sobre las matemáticas, resalta este autor la imposibilidad de explicar ciertas verdades, mediante paradojas como las del matemático austríaco Kurt Gödel, afirmando que los teoremas de incompletitud de Gödel proporcionan una demostración matemática del argumento ontológico de San Anselmo sobre la existencia de Dios.
González-Hurtado remite con estas demostraciones de la incompletitud o indeterminación matemática, la necesidad de hallar la causa del ser fuera de los seres contingentes que no dan cuenta de su propia existencia.
Por lo que se refiere al último capítulo de este libro, dedicado al ateísmo, pone de manifiesto como la alternativa a la afirmación de una causa externa para el mundo, es el absurdo de convertir en causa a la nada, cayendo así en un pensamiento mágico contradictorio con la base de la ciencia, que consiste en explicar las cosas por sus causas.
Bolloré y Bonnassies presentarán su libro Dios, la Ciencia, las pruebas el martes 19 de octubre de 2023 a las 11 horas en la Asociación de la Prensa de Madrid. El libro cuenta con una página web propia en castellano (https://dioslaciencialaspruebas.com).
Esperando haberles sido útil, se despide Santiago Mata desde el canal Centroeuropa, recordándoles que pueden suscribirse al canal y clicar en la campana si quieren recibir aviso cuando emita un nuevo vídeo, y clicar en unirse al canal si quieren colaborar económicamente. Muchas gracias y hasta pronto.