Icono de la Trinidad, por Rublev (s. XV).

Comprender la Santísima Trinidad en cinco minutos

¿Cómo explicar la Santísima Trinidad en menos de cinco minutos? Si queremos entender cómo es Dios, debemos partir de la perfección suprema, pues sabes que Dios, por ser el mismo Ser subsistente, es la perfección infinita, y por tanto debemos aceptar que le es propio todo lo que signifique perfección, y que, en cambio, debemos negar en Él todo lo que implique imperfección.

Pues bien, pienso que la clave que puede ayudarnos a comprender qué y cómo es la Trinidad, se resume en una palabra que debe describir ese ser perfecto de Dios, y esa palabra no puede ser otra que la de relación, o si lo prefieren amor, o simplemente don: entiéndase que estoy hablando de cómo es Dios en Sí mismo, respecto a sí mismo, es decir, al margen de la creación, por así decirlo, como si tratáramos de describir a Dios antes de crear. Cuando digo, por tanto, que el ser de Dios es relación, no me refiero a que Dios se relacione con otros, sino consigo mismo.

Para los seres creados, toda relación implica cierta imperfección: mi vida es relativa a la de mis padres, porque ellos me la dieron, y eso implica que yo no tengo poder de dármela; toda relación entre personas humanas implica cierto intercambio: yo doy, pero también recibo. Sin embargo, soy capaz de comprender que el máximo grado de donación, de amor, es el dar desinteresadamente, dar sin pedir nada a cambio. Y si el poder dar es una perfección, no podemos negárselo a Dios, ni, insisto, supeditarlo a la creación. Dios es perfecto sin necesidad de crear porque no necesita a otro con quien relacionarse. Por tanto, antes que nada, el ser de Dios es relación, es don, es amor, a sí mismo.

Una vez que comprendemos que el ser de Dios es relacional, y que eso no significa imperfección o dependencia de otro, tenemos que admitir que en toda relación, también en la que no espera nada a cambio, existen tres elementos: el sujeto u origen de la relación, que por existir en Dios recibe el nombre de Padre; el objeto o destino de la relación, que por existir en Dios recibe el nombre de Hijo, y la propia relación, que es el mismo amor, y que en Dios recibe el nombre de Espíritu Santo.

Por tanto, Dios no sería perfecto si no se relacionara consigo, y si esa relación no fuera de donación absoluta o amor; pero en esa relación no depende de nadie fuera de sí mismo, y por tanto Él mismo es el Amante, y en ese sentido le llamamos Padre, el Amado, y en ese sentido le llamamos Hijo, y el Amor, la relación entre Amante y Amado, a quien llamamos Espíritu Santo.

Si fueran tres seres, Amante, Amado y Amor, ya Dios no sería uno y simple, por lo tanto estaríamos afirmando una imperfección, la de tener varias partes que interaccionan, y esto, según dijimos al principio, no podemos afirmarlo. Por tanto, aunque toda relación tenga tres elementos, en Dios esos elementos son un único ser, y por eso no los llamamos partes ni elementos de Dios, ni tampoco estados ni formas de ser, sino que los denominamos con la palabra más excelsa que conocemos, la de persona, que sirva para designar a un elemento de una relación, pero dejando claro que este es el único y singularísimo caso en todo nuestro conocimiento de la realidad, en que una persona puede subsistir no ya compartiendo el ser de otra persona, sino siendo el mismo ser subsistente con otras dos personas: porque su ser, y vuelvo al comienzo de la explicación, es relacional, porque no existe ninguna de las personas sino en la relación con las otras.

La relación de amor en Dios nos resulta algo difícil de comprender, porque, aunque nuestro ser también es relativo a otros, no se identifica nuestro ser con la relación. Se origina y depende de otros seres, y vivimos en mutua dependencia, pero somos seres distintos.

Lo importante es comprender que, aunque en nuestras vidas podemos considerar la relación como un accidente, algo añadido a nuestro ser, en realidad el ser de Dios nos hace comprender que se trata de una explicación un tanto simplista y cercenadora, es decir, que corta los lazos que en realidad nos relacionan o por lo menos nos invitan a relacionarnos con Dios y los demás. Si nosotros podemos subsistir de forma egoísta separados al menos en apariencia de los demás, esto es una imperfección que no podemos predicar en Dios: Dios no puede ser un ser solitario, y por tanto el que Dios sea uno no implica que sea inactivo, ya que su ser es infinitamente activo, pero con una acción que no trata de alcanzar algo que esté fuera de sí mismo: Dios mismo, insisto, es relación, es don de sí mismo, a sí mismo y en sí mismo, don del Padre al Hijo, en el Espíritu Santo.

Hasta aquí, pues, algunas ideas que me parece al mismo tiempo sencillas y reales para comprender la Trinidad Divina; esperando haberles sido de utilidad, se despide Santiago Mata desde el canal Centroeuropa.

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